SOS climático y ecológico

El decrecimiento que nos espera

El decrecimiento como opción comienza a sonar fuerte en los foros internacionales.

El crecimiento exponencial es una función matemática para la que nuestra intuición no está preparada. Entendemos bien lo que supone la progresión 2-4-6-8-10…, pero muy mal lo de esta otra: 2-4-8-16-32… Es la del crecimiento exponencial, el que sigue el crecimiento de nuestra economía. Se nos dice que un país está saneado cuando el crecimiento de su PIB está en torno al 3%. A primera vista, y nos parece moderado, asumible.

Pues bien, sin meternos en cálculos complejos, apliquemos una regla que todos debemos conocer: la regla del 70, que nos dice cuánto tarda en duplicarse un valor con crecimiento exponencial. Se trata de algo tan simple como dividir 70 entre la tasa de crecimiento. Si el crecimiento es ese 3%, 70/3: 23,33. Es decir: en poco más de 23 años se debe duplicar una economía saneada, y así de forma indefinida. ¿Es esto posible en un planeta finito y con los recursos limitados? La respuesta está bien clara: NO, FÍSICAMENTE IMPOSIBLE.

Y, sin embargo, nuestro sistema económico solo funciona cuando crece. Si el crecimiento está por debajo del 2%, el sistema no se sostiene y se nos dice que hay que consumir si no queremos entrar en crisis.

El problema actual es que empieza a faltar la energía que alimenta ese crecimiento, entrando ya en una fase de claro descenso energético. Lo vemos en el progresivo incremento de codazos por hacerse con los últimos recursos de la energía fósil que alimenta el sistema.

Y en el horizonte, el enorme tsunami de un cambio climático que reclama un rapidísimo abandono de esa energía fósil.

Por su parte, las energías alternativas, lo sabemos ahora, no podrán sustituir nunca en su máximo despliegue más del 40% de las fósiles, además de demandar enormes gastos de esa energía fósil y cantidades imposibles de minerales muy escasos.

Conclusión: la única lógica de lo que nos espera es, querámoslo o no, la del DECRECIMIENTO. O es el descenso energético el que nos lo impone, o es una decisión colectiva para evitar la “tierra cocedero” y la extinción masiva.

Ahora bien, no es lo mismo una recesión, como la que tenemos ya a la vuelta de la esquina, que un decrecimiento ordenado. Una recesión siempre tendrá más y peores efectos colaterales que un decrecimiento planeado.

Nuestro problema fundamental para abordar el decrecimiento es cultural y político. Nos han hecho creer que la felicidad está en los escaparates, que la salud y el bienestar humano tiene una definición monetaria. Y esto no es nada fácil cambiarlo.

Tampoco nos van a ayudar las instituciones: propugnar medidas de racionamiento y decrecimiento, con el consiguiente empobrecimiento material, supone el suicidio político.

Por lo tanto, nos toca a la ciudadanía movilizarnos, apostar por otro modelo de bienestar, por espacios autogestionados de producción y consumo, y por la recuperación de la sabiduría de la simplicidad y la autosuficiencia de nuestros mayores.

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