La actriz Marta Poveda participa en la obra “Malvivir” que recala hoy la escena del Teatro Principal. El montaje, en gira desde hace varias semanas, llega a la capital con las entradas agotadas desde hace semanas.

–El montaje que defiende hoy en la escena del Principal otorga visibilidad a las mujeres pícaras del Siglo de Oro.

–En la Compañía Nacional de Teatro Clásico he tenido la suerte de hacer algunos de los personajes femeninos más potentes, aunque fueron escritos por hombre como Calderón, Tiro de Molina, Lope.. son mujeres que tienen que luchar por su libertad. Los personajes femeninos en el Siglo de Oro tienen mucho poder. En este texto lo que ha hecho Tato (Alberto Tato), con absoluta maestría, es sacar la figura de la pícara, que sí que estaba un poco bajo escombro, y ha hecho una aglutinación de textos para crear un personaje con una grandísima entidad, sacando a reducir la necesidad de supervivencia de las mujeres de esa clase, con un conflicto vital mucho más complejo que el de los hombres porque ellas eran violadas, cosidas, prostituidas... lo tenían mucho más difícil.

–Habla de papeles femeninos interesantes en ese período literario concreto, ¿los echa en falta en la dramaturgia actual?

–La verdad es que sí, papeles de mujeres de todas las edades y papeles con enjundia. En el Siglo de Oro son unas luchadoras que pelean con su inteligencia y con su fuerza vital. La dramaturgia actual es muy amplia, con una parte muy experimental, pero yo, que la vida me ha especializado el siglo de Oro y he tenido la oportunidad de interpretar a Shakespeare, no encuentro personajes de esa altura en los textos actuales.

–La vida le ha especializado en el Siglo de Oro ¿cómo ha sido ese camino?

–Ha sido el regalo profesional más bonito que he podido recibir. Yo vengo del teatro independiente. Estudié en La cuarta pared, con Sanchis Sinisterra y tuve la suerte de que me vio trabajar la directora Helena Pimenta. Ella me telefoneó y me comentó que algún me llamaría para algún papel y yo... no me lo creí. Poco tiempo después me llamó para hacer de Rosaura en “La vida es sueño” con Blanca Portillo. A partir de ahí me formé en el Siglo de Oro, trabajé mucho el verso y empezamos a encontrar juntas un camino muy interesante y experimental, más allá de lo ortodoxo. Me gustan todas las disciplinas, todos los géneros y todas las opciones, pero me enganché al Siglo de Oro porque es un mundo fascinante. Para enfrentarse al presente y al futuro creo que está muy bien conocer el pasado.

–¿Por qué?

–El ser humano no cambia. Es una naturaleza que tiene dos opciones, ser bueno o ser malo con sus matices, claro está. El teatro clásico es extrapolable al momento presente.

–En “Malvivir” está rodada de grandes profesionales.

–Con Álvaro Tato ya había trabajado y mi presencia en este proyecto nace de una necesidad de montar algo juntos. Tato es maravilloso y creo que es el Lope de Vega del siglo XXI. Con Aitana Sánchez-Gijón había compartido un par de proyectos de teatro y de televisión. Nos conocemos desde hace 15 años y somos amigas. Con el director Yayo Cáceres nunca había trabajado, pero tenía admiración por su trabajo en Ron Lalá. Él viene de un teatro muy lúdico, pero con mucha profundidad. Trabajar con él ha sido muy interesante, a partir lo físico llegamos a lo intelectual y lo emocional. Hemos trabajado como mulas (risas).

–La propuesta cuenta con música en directo.

–A cargo de Bruno Tambascio, un compositor muy interesante, que hace de una especie de juglar que nos ayuda a contar la historia. Él en directo hace efectos sonoros o canta temas que cuentan la trama.

–Cada intérprete encarna a infinidad de personajes. Explíquenos.

–Entre Aitana y yo hacemos 15 personajes. El papel principal es Elena de Paz y lo interpretamos las dos. Es una mujer que, ante todo, quiere vivir y ser feliz. Ella en el útero de su madre dice “madre que me muero por vivir...”, pero todo lo que se le viene encima es tan cruel, tan salvaje y tan desmoralizador que se pasa la vida sobreviviendo y malviviendo. Pese a todo, no pierde su deseo de felicidad. En la primera fase de la vida de esta mujer la encarno yo y Aitana hace el resto de personajes que hay alrededor, mientras que la segunda parte de su existencia la protagoniza Aitana y yo hago el resto de personajes.

–¿Qué tal tantos cambios de roles?

–Es divertidísimo. Es muy interesante. Aitana y yo somos actrices con dos fuerzas y dos maneras de trabajar diferentes y ver esa fusión y el cambio de personajes resulta interesante. Desde el punto de vista actoral me enfrento a muchos contrastes. Equilibrar la intelectualidad con la intuición y el trabajo físico es muy duro. Tienes que mantener un entrenamiento porque con el trabajo de la palabra y con el del cuerpo realizamos un esfuerzo considerable. Es un reto para un actor tener que trabajar constantemente a ese nivel de alto concentración.

–El espectador del siglo XXI ¿conecta con esta visión tragicómica el siglo XVII?

–Absolutamente sí, tiene que ver mucho con la impronta que le ha dado el director Yayo Cáceres. Tiene que ver el sello que le pone a sus funciones que son muy lúdicas, que son teatro puro. Son casi artesanía sin artificios, no hace falta más que actores y contar la historia. El texto tiene muchísima belleza porque no renuncia al lenguaje del Siglo de Oro, pero a la vez es muy es accesible y la obra visualmente es maravillosa.

–El espacio escénico ¿es muy simbólico?

–Así es. Es muy esencial para que permita que nuestros cuerpos se muevan. Es muy anacrónico al igual que nuestro vestuario.

–Comenzó en la interpretación de la mano del teatro experimental y trabaja mucho el teatro clásico. Si tuviera que ponerlos en una balanza, ¿cuál ganaría?

–Creo que lo que gana es un buen texto y una buena dirección con ganas de trabajar duro. Yo no puedo comparar Calderón con Sanchis Sinisterra, con quien he hecho textos que me fascinan de la misma manera. Me hace inclinarme por un proyecto u otro un buen texto y un equipo volcado en el teatro, nada de “pajas mentales”(risas).

–Usted ha trabajado con los mejores directores de este país, desde Gerardo Vera hasta Mario Gas, entre otros muchos. Atesora un amplio bagaje.

–¡Tengo tanta suerte! Gerardo (Vera) siempre decía que había que trabajar en familia para lo bueno y para lo malo. Sinisterra me enseñó a valorar la palabra por encima de todo. Mario Gas me ha dado unas lecciones de pasión y de entender el texto desde la musicalidad. Helena Pimienta me ha enseñado lo que es que el personaje siempre esté por delante de la escena… tengo un cúmulo de aprendizajes. Me han regalado la caja de Pandora de los secretos del teatro y yo estoy intentado aprender a ejecutarlos bien.

–Y ¿qué otros proyectos está ejecutando?

–En breve empiezo a rodar una serie para una plataforma que tiene muy buena pinta. Compaginaré ambos proyectos. Subirse a un escenario tras la que nos hemos comido, recorrer todo el país y ver cómo la gente entra al teatro con sus mascarillas y contempla lo que haces, es para dar las gracias a la vida.