“Después de partido el mensajero de vuestra merced nos vinieron letras de los Señores de la Junta mandándonos que saliera gente de estos ejércitos a Zamora con el señor obispo contra las personas que desobedeciesen los mandamientos de aquellos amigos de la Junta, y que si fuere necesario ir nosotros con todo el ejercito lo hiciéramos”. Así arranca una carta firmada el 8 de septiembre de 1520 por Juan de Padilla, Juan Bravo, Juan Zapata y Luis de Quintanilla. Una misiva que los historiadores consideran que iba dirigida al Corregidor de Zamora y que, probablemente, cambió el rumbo de la revuelta de las Comunidades en esta ciudad.

Repasar la historia de la Zamora comunera no es tarea sencilla. Pero sí ha habido acercamientos como los realizados por Joseph Pérez o Manuel Fernández Álvarez que ofrecen claves sobre lo acontecido en la capital en mitad de una revuelta que cambió la concepción de la política en plena etapa medieval. En la fecha en que se firmó la carta anteriormente citada, Zamora era un lugar que vivía bajo el mando de la aristocracia, que representaba en su máxima expresión el conde de Alba y Aliste. Una situación que cambió en pocos meses y que el propio Fernández Álvarez consideró como “el mayor acto revolucionario realizado por Zamora”.

Los hechos en la ciudad se precipitaron a raíz del incendio de Medina del Campo provocado por el ejército real en agosto de 1520. Un episodio que generó un importante rechazo popular en Zamora y que utilizó el obispo Acuña, junto a los sublevados, para lanzar una ofensiva sobre la plaza que terminaría con un auténtico cambio de tornas. Acuña, con el apoyo militar de Padilla, consiguió expulsar al conde de Alba y Aliste, al prior de la orden de San Juan y al corregidor, erigiéndose, así, como principal cabeza visible del movimiento comunero en Zamora.

El estudio de los hechos realizado por Fernández Álvarez demuestra que Zamora cambia en ese momento a un corregidor por un alcalde: “Es el mayor acto revolucionario realizado por Zamora: la supresión del cargo de corregidor –el representante del rey– y la designación por la comunidad de un máximo de justicia al frente de la ciudad: el alcalde”, dicta el documento elaborado por el especialista en la materia.

La Zamora comunera

Acuña, en la picota

La del obispo Acuña ha terminado por ser una de las figuras más trascendentales y estudiadas de toda la Guerra de las Comunidades. No en vano, su condición de clérigo ha sido la pieza del engranaje que nunca ha encajado para tantos que han ahondado en estos episodios. Nacido en Valladolid en 1453, fue designado prelado de la ciudad del Duero en el año 1506 por parte del papa Julio II y pronto tomó decisiones controvertidas, como la toma de la fortaleza de Fermoselle. Tras participar en la conquista de Navarra junto a Fernando el Católico en 1512 y recibir en 1519 la bendición de Carlos I, un año más tarde traicionaría la venia real para declararse partidario de la sublevación.

En el año 1521 tomó primero Magaz de Pisuerga y posteriormente Frómista, antes de desaparecer por unas semanas. Finalmente, aparecería en Toledo, donde los ciudadanos pidieron su nombramiento como arzobispo, cargo que asumiría tras entrevistarse con María Pacheco, esposa de Juan de Padilla. No obstante, pronto vino la derrota en Villalar y el rey Carlos I ordenó la reclusión de Acuña en el castillo de Simancas, de donde intentó escapar. Finalmente, por orden expresa del monarca, Antonio de Acuña fue ajusticiado mediante garrote vil.