En abril de 1521, la Guerra de las Comunidades se decantó definitivamente hacia el bando imperial. El día 23 de ese mismo mes, Bravo, Padilla y Maldonado fueron decapitados en Villalar y, aunque el cese definitivo de las hostilidades no se produjo hasta el invierno de 1522, esa victoria de las tropas de Carlos V ante los sublevados enterró cualquier opción de triunfo de quienes lucharon por los intereses de la burguesía y de las clases populares, así como por el acceso al trono de Juana I de Castilla. El emperador resistió el envite, se acomodó en el poder y siguió expandiendo sus miras más allá de las fronteras cercanas antes de abdicar en favor de su hijo Felipe II 36 años más tarde.

Los comuneros perdieron, sí, y los ideales por los que luchaban tuvieron que esperar siglos hasta hallar un momento más propicio para ver la luz en un territorio que, pese a todo, aún los honra con orgullo. Cada 23 de abril, la comunidad autónoma de Castilla y León celebra su fiesta en memoria de Padilla, Bravo, Maldonado y el resto de los caídos en esta guerra. Llama la atención que el festejo se base en lo que supuso la derrota y la muerte de estos sublevados, pero el asunto tiene una explicación como trasfondo del mito al que se ha ido dando forma desde aquel lejano 1521.

Así lo explica el profesor de la Universidad Isabel I, doctor en Historia de las Ideas Políticas y miembro del comité científico de la Fundación Castilla y León, Eduardo Fernández, que destaca el peso de los comuneros dentro de su ámbito principal de estudio, más allá de que la relevancia en la época recayera en los escritos de Maquiavelo y de que la atención posterior se haya centrado también en analizar la influencia del florentino y de otros autores extranjeros que marcaron la pauta de los textos sobre la gestión del poder.

Monumento a Padilla situado en Segovia. | L. O. Z.

La relevancia de Maquiavelo y de algunos de sus contemporáneos resulta indiscutible, pero Fernández señala las teorías de Alonso de Castrillo, partidario en su día de los comuneros, como avances importantes de cara a respaldar un futuro de mayor participación de los ciudadanos en la vida pública. La derrota del movimiento guardó esas ideas en el cajón “hasta casi la época contemporánea”.

Aquellos escritos se elaboraron en este contexto revolucionario en el que lo principal, según Fernández, era “la reticencia que había hacia el imperio”. La llegada de Carlos V soliviantó a un pueblo que estimaba que la grandeza de ser rey de Castilla se hallaba por encima de cualquier otra ambición expansiva: “Que llegue alguien que quería ser rey de reyes, chocaba con esa mentalidad”, explica el experto en la materia, que subraya “esa tensión” como caldo de cultivo inicial del movimiento.

En esas es cuando Alonso de Castrillo lanza proclamas como que “hay valores éticos en la acción política que están por encima del resultado”. “Por ninguna otra cosa es averiguado que sea ciudadano si no es por la participación del poder”, insiste el mismo autor, en lo que Eduardo Fernández considera como “uno de los mayores adelantos” de la historia de las ideas políticas procedente de España: “Si hubieran triunfado los comuneros, Alonso de Castrillo habría sido el primero en promover la participación”, aduce. Y remacha: “Sería conocido al mismo nivel que Hobbes”.

Según el experto, estas ideas explican “la fuerza movilizadora de los comuneros”, partidarios de “la participación y no la obediencia”, de la necesidad de hablar de “ciudadanos y no súbditos”. Esas ideas revolucionarias para la época se vieron amparadas, además, por la aparición de la imprenta: “Empezaron a hacerse pasquines que se leían y se escuchaban, aunque había mucha población iletrada”, añade.

Imagen de la fiesta regional. | L. O. Z.

La fuerza del imperio reprimió esa iniciativa pero, a lo largo de los siglos posteriores, se empieza a crear un mito en torno a la figura de los comuneros. Eduardo Fernández recuerda que estos están presentes en el orgullo durante la defensa ante la invasión napoleónica, con el afán de resistir a un imperio extranjero como entonces los Bravo, Padilla y Maldonado se revelaron contra Carlos V.

Fernández añade que los comuneros también se hicieron muy famosos durante el trienio liberal, coincidiendo con el tercer centenario de la guerra: “Se agita para reclamar la participación política frente al absolutismo regio”, remarca el experto de la Fundación Científica Castilla y León, que indica que era habitual en la época que se citara ese conflicto del siglo XVI en muchas intervenciones parlamentarias.

Hombres como Martínez de la Rosa, Cánovas del Castillo o, más tarde, Miguel de Unamuno, utilizaron también a los comuneros para enmarcar determinados momentos. El citado Unamuno los trajo a colación, como señala Fernández, en el día de la proclamación de la II República, mientras que otros como Alejandro Lerroux aseveraron en su día que, “con los comuneros, recomenzó la Historia de España”.

Del mismo modo, los diputados de territorios periféricos también se refirieron a los comuneros para argumentar en favor de sus demandas de autonomía. Así, en 1932 Lluís Companys dijo que “el modelo de los comuneros de Castilla va contra el centralismo unitarista”, aunque el propio Manuel Azaña enfocó su ejemplo de otro modo y lo orientó a la búsqueda de esa participación que demandaban Bravo, Padilla, Maldonado y el resto de los implicados en aquella batalla. Finalmente, en la Transición, se volvió a mencionar la cuestión en el debate sobre las comunidades autónomas y también en base a la importancia de trabajar en pos de la modernización, como deslizó en su día Enrique Tierno Galván. En definitiva, “esa reutilización del mito es muy significativa de su potencia a la hora de lograr la adhesión y la movilización”, según abunda Eduardo Fernández, que destaca la relevancia histórica de un hecho del que se cumplen ya 500 años sin que haya perdido su valor como referente de una lucha que se sigue dando, más allá de los cambios propios de cada contexto histórico.