Los milagros en la Biblia son “signos” del amor de Dios/Padre en favor de los hombres y mujeres que confían. En el Evangelio están colocados para orientar la vida, misión y tarea de las comunidades cristianas. Los creyentes hoy, al estilo de Jesús, debemos construir espacios y tiempos positivos donde las personas se sientan libres y realizadas, es decir, felices en su dignidad.

A la luz de las páginas bíblicas que nos regala la Iglesia en este domingo, los leprosos del antiguo Israel eran marginados sociales y religiosos. Debían vivir alejados de los núcleos urbanos con los vestidos rasgados, la cabeza desgreñada y la barba rapada. Cuando alguien se acercaba al lugar donde estaban, debían avisar de su presencia con una campanilla.

En este contexto, el evangelio nos narra cómo Jesús, movido a compasión, se aparta de los preceptos legales y cura un leproso. Dice así: “Un leproso se acercó a Jesús, suplicando… Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio. La lepra se le quitó rápidamente y quedó limpio” (Mc 1,40-42).

A veces pensamos y decimos, “si quieres, puedes” en clave de voluntad (si lo deseas, si te lo propones…). Pero ¿no será también, incluso mejor, algo así como “si amas puedes”? Y como fruto de amor, Jesús cura y sana. Desapareció la lepra (curación) y quedó limpio (sanación). Es decir, cuando Jesús curó al leproso, junto con la salud, le devolvió la dignidad personal, social y religiosa. Lo que significa que alcanzó la felicidad.

También hoy, si miramos a nuestro alrededor y afinamos el oído, podremos escuchar la campanilla de tantos hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, que viven en círculos cerrados y excluidos. En una sociedad donde crece la inseguridad, la indiferencia o la agresividad, es explicable que cada uno trate de asegurar su “pequeña felicidad”, mire a los demás con inquietud, precaución o miedo y, frente a ellos, caiga en el terrible individualismo. Vivimos como a la defensiva, cada vez más incapaces de romper distancias.

El Maestro nos enseña y nos invita a cuidar tres gestos significativos que él tuvo con el leproso: cercanía humana, tender la mano y tocar el rostro. La felicidad solo es posible allí donde nos sentimos acogidos y aceptados. Donde falta acogida, falta vida; nuestro ser se paraliza y la creatividad se atrofia. Por eso “una sociedad (o una Iglesia) cerrada es una sociedad (o una Iglesia) sin futuro; una sociedad (o una Iglesia) que mata la esperanza de vida de los marginados, finalmente se hunde así misma” (cfr. Jürgen Moltmann).

Si cada uno se preocupa de asegurar su pequeña parcela de felicidad, la humanidad seguirá caminado hacia su bienestar. Pero si acogemos, tendemos la mano y tocamos los rostros de nuestros semejantes, entonces Jesús realizará el milagro como “signo” del amor de Dios/Padre en favor de los hombres y mujeres que confían. Pues en la fe y desde la fe, fidelidad y felicidad se abrazan. Amigo lector, buen domingo.