La pedagogía de Jesús tanto en este relato como en el del domingo pasado es causar asombro en el oyente para que este busque y descubra su modo de actuar. El evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes. En la primera parte se subraya el enorme poder de Jesús sobre las más diversas enfermedades, desde la fiebre de la suegra de Pedro hasta las manifestaciones de los endemoniados. Es una descripción maravillosa, que simboliza y anticipa el futuro Reino de Dios, cuando no habrá enfermedad, sufrimiento, llanto ni muerte.

Una lectura profunda del texto nos debería hacernos recordar en este momento a tanta gente que sufre no solo la pandemia del covid sino también otras pandemias (el hambre) y enfermedades (cáncer); y sobre todo a los sanitarios y profesionales de la salud, científicos y auxiliares que tratan de curar, de ayudar, de enfrentarse a la muerte cercana, y que ellos mismos sufren por ver a tanta gente morir. Ellos como Jesús, nos están hablando del Reino de Dios con su vida, su entrega, su acción.

Como Job en la primera lectura muchas personas no encuentran salida. ¿En qué consiste el milagro? El Señor les invita y ayuda a salir de si mismos, a abrir las ventanas y contemplar las maravillas que les rodean, valorar las cosas sencillas de la vida y descubrir el amor de Dios en medio de tanto sufrimiento. Estos son los endemoniados del Evangelio.

En el caso de la suegra de Pedro, curada por Jesús, la respuesta es que se puso a servirles. Jesús la cogió de la mano y la levantó. La que estaba postrada por falta de vida, como signo del seguimiento de Jesús, se compromete a emprender un nuevo camino, tendiendo puentes en medio de aquella primitiva comunidad, creando nuevos lazos de fraternidad. Jesús cura para que seamos capaces de servir. Esto es precisamente lo que no nos gusta. Cuando Jesús va dejando claro que Dios no es un tapagujeros, que su predicación lo que persigue es cambiar las actitudes fundamentales del ser humano y convertirle en libre servidor en vez de opresor, la gente empieza a sentirse incómoda y le abandona sin contemplaciones. El evangelio no habla de resignación ante cualquier clase de dolor, sea físico, sea psíquico, sea moral. Tampoco identifica la salvación con la supresión del dolor. Todo lo contrario, afirma expresamente que la verdadera salvación puede alcanzarla todo hombre a pesar del mal que nos rodea. Siempre que se pueda, se debe suprimir, pero la victoria contra el mal no está en suprimirlo, sino en evitar que te aniquile. ¿ te atreverás a afrontar esta misión?