La lección de la Semana Santa

Creo sin gran esfuerzo que todo zamorano disfruta con el ejemplo que la Semana Santa ofrece cada año durante la celebración del conjunto de actos que se prolongan en la semana de pasión recorriendo y viviendo en plenitud la ciudad.

A su vez los visitantes acuden para disfrutar también del conjunto que se ofrece, verdadero espectáculo por su esplendor, organización y seriedad, fiel reflejo de la fe, constancia, tenacidad y dirección, sin olvidar que el motivo que sin duda está presente en los responsables del magnífico evento que se ofrece a todo público, tiene su origen en el sentimiento. Al margen de esto, su tenacidad y constancia constituyen un valor de primerísima categoría en todas las facetas de la vida en sociedad. Naturalmente, para cualquier observador, sea cual sea su circunstancia y su sensibilidad, le llamará la atención y se preguntará cómo es posible que ese conjunto de valores que han colocado el fenómeno religioso de la pasión en lo alto del podio a nivel, yo diría mundial, no nos sirve de ejemplo para cualquier otra otra circunstancia, fenómeno o actividad de la vida social que destacaría con el mismo tono que el citado de la Semana Santa en la ciudad por su claridad de ideas, entrega generosa y una cooperación dentro de los límites de nuestra sociedad actual. Este observador no entiende cómo en vez de éxito y ejemplo total solo predomina el derrumbe en una agónica situación que hace huir a lo más inquietos y emprendedores de entre nuestros paisanos. Si nuestros “pasos” han alcanzado tan alto nivel, ¿por qué los pasos de nuestra vida social apenas se ven y apenas destacan?