Hablaba José Luis Sampedro en “El mercado y la globalización” de la “desinformación estratégica” que es la que paradójicamente se da cuando las nuevas tecnologías permiten comunicaciones instantáneas que favorecen reacciones rápidas de grandes operadores económicos. Y esas decisiones, a su vez, acaban afectando a los bolsillos de quienes han sido ajenos a todo el proceso anterior. Es más, les resultaría complejo de comprender sin la ayuda de terceros que les desbrozasen el camino.

La desinformación estratégica es, siguiendo el razonamiento de Sampedro, no estar al tanto de las razones últimas en las fluctuaciones de los mercados de valores, no entender un contrato bancario o una factura. Como la de la luz. No es que se nos oculte información -que seguramente en algunos casos también- sino que los procesos se han vuelto tan complejos que nosotros, ciudadanas y ciudadanos de a pie, hemos de hacer, por higiene mental, acto de fe y presuponer que todo proceso está normativizado y auditado.

El precio de la energía -nos cuentan- sale de una subasta diaria en la que los operadores pujan con precios que oscilan según el consumo: cuando sube la demanda, se encarece, cuando baja, se abarata. Economía de libre mercado de libro. Así que cuando consumimos más porque, por ejemplo, hace frío, la pagamos más cara. Un hecho que será impecable desde el punto de vista de nuestro modelo económico pero que fuerza las costuras de lo ético.

Sobretodo porque nada podemos hacer salvo no consumir, cosa posible si se tratase de un producto accesorio. Pero no es el caso: necesitamos la energía para que nuestro universo doméstico funcione. Podríamos, por poner un ejemplo, dejar de encender la televisión. Pero no refrigerar nuestros alimentos o calentar nuestras casas atenta contra nuestro bienestar y nuestra salud. La energía es un bien básico.

Así que, pongamos otro ejemplo extraído de la más pura realidad, el incremento de la primera factura de la luz de 2021 puede absorber la subida de todo el año en la pensión de una persona mayor que vive sola. Por un lado se lo han dado, por el otro, la ha devorado un ente sin rostro. Y no sólo eso, quizás suponga sacrificar la compra de un medicamento, la renovación de las gafas, la consulta del dentista, comprar para comer.

Servicios sociales y oenegés de nuestra ciudad pueden hoy poner nombre y apellidos a la tragedia de la pobreza energética que va fagocitando economías en equilibrio endeble. Por si fuera pequeño el naufragio económico que trae consigo la pandemia, llega el libre mercado de los productos básicos y nos da la puntilla.