La experiencia de un encuentro. Siempre me sorprendo a mí mismo por estas fechas con una apreciación singular: el paso de ver a Jesús Niño en Belén a ver a Jesús adulto en las riberas del Jordán. En un corto período de tiempo, apenas ocho días, apreciamos el paso de contemplar el misterio de la encarnación de Dios en la ternura de un niño, envuelto en pañales y recostado en pesebre, a ver a Jesús, hombre maduro, entregado a los misterios del Reino de Dios, la misión encomendada por el Padre. Y digo misterio no como esa realidad incomprensible para la mente humana (sentido grecolatino) sino que, siguiendo la concepción bíblica (sentido semita), un misterio se da cuando la historia de Dios se hace tangencial, toca, se inserta en la historia humana.

Así, en los primeros compases de Jesús en su vida pública, tras su Bautismo y lleno del Espíritu Santo, comienza su misión nucleada en torno al Reino de Dios. Reino que consiste en acoger la Buena Noticia, el Evangelio, de que todos somos hermanos (fraternidad), porque tenemos un solo Padre (filiación) y tenemos que amarnos más, mejor y de otra manera (Mandamiento Nuevo). Esta es la tarea apasionante de Jesús a la que entrega su ser, su hacer y su saber hacer. Y en ella, para ella y por ella invita, llama e involucra a otros. Esta es la misión de su Iglesia, la tuya y la mía.

Hoy, como a los discípulos de la primera hora, se acerca a nosotros y nos hace la misma pregunta: “¿qué buscáis?”. Una pregunta sencilla, directa, fundamental que no es fácil responder en el contexto de una cultura cerrada como la nuestra, más preocupada por los medios que por el fin último de todo. ¿Qué es lo que buscamos exactamente?

Si saliésemos a la calle, micrófono en mano, y preguntásemos a los viandantes, ¿qué escucharíamos? Para algunos la vida parece un supermercado donde adquirir objetos; otros buscan escapar de la tristeza, la soledad, los conflictos o el miedo. Pero escapar ¿hacia dónde?, ¿hacia quién? La mayoría buscamos sencillamente cubrir nuestras necesidades diarias y conseguir nuestros deseos. Pero aun así, ¿quedaría nuestro corazón satisfecho?

En esto andaban las gentes de Galilea y preguntaban a Juan Bautista ¿qué debemos hacer? Y esto preocupaba a dos de sus discípulos a quienes Juan envió a Jesús. Y se produjo el encuentro: “Qué buscáis? ¿Dónde vives? Venid y veréis. Se fueron con él, vieron donde vivía y se pasaron aquel día con él. Eran como las cuatro de la tarde” (Jn 1, 38-39). Esta es la experiencia fundante de la fe: el encuentro personal con Jesús. Un encuentro, en sentido teológico, no es un simple cruzarse con otra persona, ni una conversación intrascendente entre varias, ni siquiera tener opiniones sobre una de ellas. Un encuentro se da cuando una persona (en este caso Jesús) se muestra y se comunica a otra persona (en este caso los dos discípulos del Bautista) de tal manera que toda la vida de estas personas queda marcada, afectada y transformada para siempre.

Estimado lector: esta es la gran experiencia cristiana; por ello se recuerdan las circunstancias, el rostro, el lugar, el día, la hora… ¡Feliz domingo!