A fuerza de alargar la vida hemos ido reduciendo el significado real de las cosas. Cuando no, son las palabras las que se exprimen vulgarmente y pierden contenido. Una catástrofe es un suceso infausto que altera gravemente el orden natural, casi siempre de manera imprevisible.

Son, sin embargo, los pequeños desastres los que nos han malacostumbrado a vivir en una especie de zozobra diaria que no tiene nada que ver con los cataclismos enteros y verdaderos. Esa mezquina zozobra diaria de la política que nos conduce al bloqueo sistemático y la nieve que ha sepultado Madrid deberían poder distinguirse con claridad. Pero Marlaska, lamentablemente, no lo ve así y, seguramente, por eso no le ha gustado que Margarita Robles, la ministra de Defensa, desplegase la Unidad Militar de Emergencias para ayudar a los madrileños sin que el asunto pasase antes por Interior. La nevada histórica de Madrid, cuyas consecuencias podrían haberse previsto de mejor manera, de eso no cabe duda, es una emergencia de libro, pero al ministro servil de la policía no le parece, simplemente porque en Madrid gobierna el adversario y cree que desasistiéndolo ganará puntos con Sánchez y el vicepresidente Iglesias, con quien mantiene una estrecha e inquietante complicidad.

En Madrid, Filomena ha encontrado a Mortadelo: treinta horas seguidas nevando, como sucede con frecuencia en muchos lugares del norte de Europa, y se ha producido una catástrofe. El Gobierno evalúa los daños pero se ha resistido hasta ahora a llamarla por su nombre, precisamente por la tendencia a devaluar cualquier significado importante.

En realidad, como escribió Italo Calvino, toda historia no es otra cosa que un infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible. Esta de nuestros días presentes y venideros podría parecer la más diabólica de las encrucijadas, dadas las circunstancias y la ineptitud de la gestión, pero también saldremos de ella. Todo lo lastimados que nos obliguen los Marlaska de turno, pero saldremos.