Y vino la nieve a dar belleza a los telediarios. La mitad de España miraba por televisión como la otra media esquiaba, retiraba nieve a palazos o se consumía en un atasco. La nievenoticia copó con copos minutos y minutos y nos anestesió o hizo olvidar un rato el virus. Los políticos se han tirado la nieve a la cabeza. Sin embargo los asesores los han obligado a ridículas fotografías. Todo el mundo recuerda la primera vez que vio la nieve. Menos quienes no lo recuerdan, que también serán muchos. Las televisiones han mandado a los reporteros a soportar nevazos y lluvia micrófono en ristre para dar una mayor sensación de actualidad. Tal vez ahora alguno esté ingresado por pulmonía o de baja por congelación. Ver pasar frío a los reporteros es un pasatiempo ya como otro cualquiera, aunque a mí me deja helado. En las facultades de Periodismo urge la asignatura de temporal. No de contrato temporal, que eso ya se estila. A España la ha venido a ver un temporal que nos recuerda que nuestros empeños pueden ser fútiles comparados con el bramido de la naturaleza cuando se pone brava. Menos solemnemente, el temporal también nos recuerda que no hay que menospreciar la capacidad de nuestros políticos de polemizar sobre todo y a todas horas. Y tú más a propósito del Capitolio y tú mucho más si nieva. Con esto no queremos decir que todos sean iguales, si bien crece el número de los que estiman que todos son inútiles. Al tercer día resucitaron. Ábalos, Ayuso, Marlaska, Sánchez y Casado aparecieron en los medios cada uno responsable de su cara.

El de Fomento demostró saber leer bien el parte de incidencias que le ha redactado un propio. El presidente quiso dar sensación de dinamismo viajando hasta la sede de Interior. Dicen que esto es una acción de moderna comunicación política cuando en realidad es lo que se hacía cuando no había teléfonos. Les gusta más la foto que la nieve. Esperamos con expectación, lo cual es una redundancia, sobre qué versará la nueva polémica. No durará mucho. Será temporal.