Terminamos este ciclo litúrgico de la Navidad con el relato del Bautismo de Jesús. Para entrar en su sentido veamos los precedentes. El profeta Isaías nos presenta el programa encomendado al Siervo de Dios (Jesús), muy esperanzador y exigente al mismo tiempo. Una misión en la que el protagonista no lo llevará a cabo por sus propias fuerzas. Cuenta con la ayuda de Dios, que lo sostiene, se complace en él y le concede su espíritu. Utilizando un lenguaje muy expresivo indica lo que no hará: ni condenará ni amenazará (“no gritará, no voceará por las calles”) y promoverá el derecho y la justicia (en referencia al rey persa Ciro del que se espera la liberación del pueblo del exilio en Babilonia) y que aplicado a Jesús será una liberación más profunda: no solo material sino también espiritual. Por otro lado, no esconde las dificultades: Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). En todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.

Esta misión explica lo que Marcos pretende al narrar este relato como clave para comprender todo su evangelio. Hay pocas dudas sobre su historicidad. Es importante advertir para Marcos que la vida pública de Jesús comienza con el testimonio de la voz del cielo («Tú eres mi hijo amado, mi predilecto») y se cierra con el testimonio del centurión junto a la cruz: «Realmente, este hombre era hijo de Dios» (Mc 15,39). Su objetivo no es describir por tanto el acontecimiento en sí mismo, sino que narra las consecuencias que se derivan.

Si Ud. profundiza en el Evangelio no se sorprenda si en algún momento de la vida se escandalice por las cosas que hace y dice Jesús, porque todas sus acciones, denuncias de una falsa religiosidad, terminarán costándole la vida, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el Hijo de Dios guiado por el Espíritu.

El Espíritu transforma interiormente a Jesús, y le capacita para llevar a cabo la difícil tarea que le esperaba. El Espíritu actúa siempre de la misma manera, silenciosamente, desde dentro, sin ruidos, sin aspavientos, sin violentar la naturaleza porque actúa siempre de acuerdo con ella. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios. El único objetivo de su misión fue que nosotros lleguemos a esa misma experiencia que nos llevará a comprometernos con los demás. Toda esa relación de Jesús con Dios era con un Dios que es Espíritu. Renueva tu fe desde tu ser bautizado en Cristo. Siente que la fuerza del Espíritu te acompaña y te aliente en tus luchas interiores y exteriores.