Igual el objetivo de Salvador Illa es, como él mismo se ha encargado de repetir, salvar vidas. No dudo de sus buenas intenciones, pero sí de su capacidad. Basta con remitirse a los hechos. Illa, en cualquier caso, no debería seguir siendo ministro de Sanidad, puesto que ha abrazado otro objetivo, para él menos exigente, como candidato del PSC en Cataluña. Un fin esencial como es la lucha contra la pandemia resulta incompatible con la dedicación política partidista, desde el punto de vista de la gestión y también de la ética.

La pandemia exige total dedicación de la persona que se halla al frente de los sistemas de salud y, como el menos despierto sería capaz de entender, puede prescindir absolutamente del objetivo catalán de las urnas. No acabo de ver, además, el rédito electoral que proporciona Illa con su dudoso prestigio, dadas las circunstancias y el abúlico ritmo de vacunación de este país tras el estruendoso pistoletazo de salida. No hablaré ya de los resultados durante la primera ola del virus. La verdad, no sé a qué espera Salvador Illa para desenchufarse del Ministerio.

La gestión sanitaria de la pandemia no ha servido hasta ahora para demostrar que de los errores se puede aprender y que una crisis tan larga como esta debería aportar algún tipo de experiencia para enderezar un rumbo torcido aplicando cierto rigor. Atribuir la lentitud en las vacunas a la forma desigual de proceder de las administraciones autonómicas es admitir la falta de una coordinación esencial en una campaña tan sensible para las vidas de los seres humanos como es esta. A este ritmo, descansando los fines de semana, el porcentaje ultraoptimista del Gobierno de tener vacunado al 70 por ciento de la población a finales de verano no se va a cumplir de ninguna manera. El Reino Unido, que ha decidido volver a confinar, ya tiene a un millón de británicos supuestamente inmunizados. Ay.