El comienzo de un nuevo año debe ser para cada uno de nosotros un momento de acción de gracias, por lo vivido y aprendido, y un momento de especial confianza en Dios por lo que está por venir.

La centralidad de la pandemia puede desvirtuar nuestra vivencia de este momento, como si el tiempo se hubiese detenido y estuviésemos esperando la acción de un ente externo que en algún momento reinicia de nuevo nuestra vida en pausa. Sin embargo, estamos viviendo en medio de una pandemia, y es importante remarcar ese vivir porque la crisis sanitaria, y en buena medida socioeconómica, no nos puede quitar ni impedir precisamente eso: vivir.

Vivir también conlleva dificultad, sufrimiento y lucha. No como una pena impuesta que, debemos sobrellevar resignados, sino como el reto diario que supone enfrentarse a la tarea de vivir. Por eso no podemos escondernos a la espera de que el temporal escampé, por el contrario, habrá que buscar la forma de protegerse de los daños que provoca esta pandemia y volver poco a poco a vivir.

Por eso, quizás, la lista de propósitos de este año deba abandonar la banalidad de la imagen, la riqueza y la popularidad para llenarse de verdaderos propósitos de año nuevo. Es tiempo de levantarse, de abandonar el calor de la zona de confort y salir a proponer, con seguridad, pero salir a ofrecer luz ante tanta oscuridad.

La Iglesia, también nuestra Iglesia de Zamora, debe dejarse llenar de la Luz que ilumina al mundo desde el pesebre. Esto no es solo una forma hermosa de referirse al Nacimiento de Jesús, sino que desde esta imagen vemos dos llamadas fundamentales para la acción eclesial: trasmitir la luz y ser pesebre. Dos llamadas que no pueden responderse desde la inactividad, el temor o la apatía. Son una llamada a salir al encuentro de quien no tiene con que ver ni con que alimentarse.

Nadie pueda dar luz a otro con las persianas bajadas o las puertas cerradas. Nadie puede ser pesebre, física y espiritualmente, si no ofrece alimento. Por eso, debemos vencer el miedo que nos atenaza, debemos levantarnos de nuevo. Es tiempo de abrir las ventanas para que salga la luz en medio de la oscuridad. Es momento de ofrecer el rico pesebre de la Fe. Respondamos a la llamada y volvamos a crear espacios seguros en los que celebrar la fe, a proponer momentos de encuentro, a ofrecer aliento y alternativas a los jóvenes, a compartir el testimonio de nuestra vida de fe, a sembrar esperanzas para quienes la han perdido. La Iglesia es siempre en camino, pongámonos a caminar.