La Iglesia nos invita, en este domingo después de la Navidad, a poner nuestros ojos en la Sagrada Familia, formada por José, María y Jesús. Frente a lo que pudiéramos imaginar, nos encontramos con una familia pobre y llena de adversidades. María tuvo que dar a luz en un establo, y al poco tiempo toda la familia ha de huir a Egipto por temor a que Herodes asesinara a su Hijo. Y es de suponer que la Sagrada Familia experimentara el rechazo, la incomprensión y la soledad. Pero pese a todo, mantienen su fe en Dios. Todo formaba parte del plan de salvación de Dios

Fueron una familia normal y corriente. Tuvieron que trabajar duramente (no se trabajaba de otra forma en aquellos tiempos). Su vida de familia se compuso de muchos días llenos de trabajo, de preocupaciones, de alegrías y penas compartidas, de paciencia, amor, diálogo y respeto mutuo. Días en que no se celebraba nada especial, simplemente se vivía. Pero precisamente ahí en ese día a día fue donde se fraguó la santidad de aquella familia. Hoy se convierte para nosotros en signo del amor de Dios en nuestro mundo y modelo de nuestra vida de familia.

Nazaret es un canto a la sencillez de una familia excepcional. El amor de Dios derramado en benevolencia del hombre se hace Hombre, Hijo de Dios. El amor de Dios cultivado en el corazón y el vientre de una mujer que dijo “sí” a Dios, aunque no comprendiese del todo. El amor de Dios acogido en la grandeza de un hombre sencillo, José, que sabe estar en el segundo plano de la historia. Aparentemente, nada de excepcional en esta familia. Solamente lo que debería ser normal en toda familia: el amor como centro y motivo principal de la existencia.

Este año son muchas las familias que están sufriendo a causa de la pandemia de la covid 19. Familias que han perdido a seres queridos en circunstancias dramáticas, personas que han sufrido la enfermedad y la soledad que conlleva, familias que están atravesando circunstancias económicas y sociales muy difíciles y complicadas, también que se sienten perdidas y desorientadas. Pedimos a la Sagrada familia que acoja sus sufrimientos, sus lágrimas y que consuelen a todos los que sufren.

Por nuestra parte, hagamos de nuestra iglesia y de nuestro mundo, una realidad configurada con los rasgos de una familia y de un hogar acogedor, en especial para tantos que no se sienten acogidos.