Las buenas leyes existen para oponerse al desamparo. El Parlamento aprobó este jueves la de eutanasia, que tiene como principal objetivo ayudar a un ser humano a morir cuando ya le re-sulta imposible y demasiado doloroso seguir vi-viendo. No es ninguna tontería, pero hay quienes insisten, sin seguramente pretenderlo, en simplifi-car el sentido de la vida negando a sus semejan-tes el derecho a darla por concluida. No hay en esto demasiada compasión ni respeto por la liber-tad. Quienes se empeñan, buscan imponer a los demás un final masoquista que consagra el sufri-miento bastante más allá de lo tolerable, en unas circunstancias que seguramente no querrían para sí mismos pero están dispuestos a asumir por cul-pa de un dogma. Afortunadamente y en un asunto capital, la mayoría de los partidos representados en la Cámara ha sacado adelante la ley. En contra votaron PP, Vox y UPN, supongo que por convic-ciones religiosas y esgrimiendo que es injusta e inconstitucional. Lo injusto es sufrir innecesaria-mente cuando ya todo se ha acabado. Y nadie es-tá libre de ello porque ni siquiera es cierto, como decía Leonardo, que una vida bien usada cause una muerte dulce.

Decidir sobre la existencia de uno mismo y su rendición final pertenecen al mismo derecho. Agradezco la gentileza parlamentaria por una ley útil que, además, parece ser no compromete a los profesionales de la medicina ni a su juramento hi-pocrático. Aquellos que lo deseen podrán ejercer el derecho a la objeción de conciencia. Los que elijan poder decidir sobre su muerte tendrán la oportunidad de suscribir un testamento vital, por si la percepción no se hallase despejada en el mo-mento decisivo. No hay que comprometer al pró-jimo en asuntos tan estrictamente privados. La duda que me cabe es si en el largo proceso buro-crático que contempla la regulación de la medida, desde que se solicita la eutanasia hasta que se concede, el moribundo tendrá tiempo a desespe-rarse. Quevedo ya lo escribió: mejor vida es morir que vivir muerto.