Si hay algo que me pone muy nervioso es cuando enciendes el ordenador y te pone: Espere… no apague hasta instalar las actualizaciones. Empiezan a subir los porcentajes muy deprisa, piensas que todo va a acabar rápido, pero, de repente, se paran los números, el ordenador se apaga. Aumentan los nervios pensando en si se volverá a encender, se enciende continúan los porcentajes, pero cada vez más lento, hasta que… ¡por fin! ¡instalación completada con éxito! ¿Cuánto tiempo nos ha llevado? No importa. Lo que importa es que la actualización se ha hecho de manera correcta y que todo funciona de la manera que nos hace falta para estar adaptados a los programas con los que ahora funciona nuestro ordenador.

Algo así, nos muestra este cuarto domingo de Adviento, no solo el tiempo que llevamos preparándonos durante estos días para la celebración de la Navidad, sino todo el tiempo que Dios ha empleado para instalarse en la vida de la humanidad. Y como toda instalación, va necesitando actualizaciones a lo largo del tiempo. Bien es cierto que, a veces, las actualizaciones las hemos hecho a nuestra manera, y… claro, así nos han salido: cosas que no funcionan, personas que hemos perdido, oportunidades que se han convertido en amenazas, etc. Aún así, aunque en alguna actualización apagáramos el ordenador sin terminarla, al encender hemos tenido una nueva oportunidad. Así nos lo muestra el segundo libro de Samuel con la historia de el rey David. Se propuso actualizar la Tienda del Arca de la Alianza, cambiándola por un Casa donde encerrar la presencia de Dios (cf. 2 Sam 7, 1-5) y Dios termina la actualización para habitar en él y en su descendencia. Y es que, tenemos tendencia a terminar las actualizaciones antes de tiempo, hacer las cosas al revés, llevar el ascua solo a nuestra sardina, avanzar con las anteojeras puestas, tirarnos a la piscina sin agua, … porque no hemos visto la palabra que antecede a la actualización: Espera. Es lo que siempre te decía tu madre cuando te querías adelantar a hacer algo: “espera a que termine yo y luego lo haces tú”.

Espera para conocer la “disposición del Dios eterno para que todas las gentes llegaran a la obediencia de la fe” (Rom 16, 26). Espera para escuchar el plan de Dios para tu vida por medio de un “ángel que entra en tu presencia” (Lc 1, 27). Espera para responder “he aquí la esclava del Señor” (Lc. 1, 38). Y espera que, aún con dudas, preguntas, dolores y sufrimientos, hace posible una instalación completa que, como a María, nos da alegría, valor y fuerza para realizar lo que parecía imposible. Hoy es tiempo de mantener firme la espera que sostiene la esperanza para “cantar eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88). Hoy es tiempo de no adelantarnos a lo que todavía no ha llegado. Hoy es tiempo de esperar juntos y compartir la llegada de quien hace nuevas todas las cosas. Y, como canta Nil Moliner: “que los sueños que quedan por nacer se cumplan poco a poco al cien por cien”.