Este domingo se proclama en la celebración de la eucaristía el comienzo del evangelio de Marcos. Ahí nos encontramos con la predicación de San Juan Bautista, el precursor de Jesús, a quien se aplican unas palabras del profeta Isaías que se han proclamado en la primera lectura de la misa, y que comienzan con un animoso “Consolad, consolad a mi pueblo”. Marcos, siguiendo la tradición de los primeros cristianos, deja bien claro que el ministerio de Juan es una preparación a la venida del Mesías en Jesús. Cada año, en el adviento, la Iglesia nos ofrece esta predicación del Bautista como una invitación a la conversión. Escuchamos acerca de esas indicaciones geográficas —preparad un camino al Señor: que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale— de modo que nos sentimos urgidos a hacer reforma en nuestra vida. Y ya se sabe lo que pasa con las reformas: ya que arreglas esto, te pones a arreglar esto otro, y sale un chaperón inesperado, y una cosa lleva a la otra, y parece que no terminas nunca. Correríamos el riesgo de desanimarnos. Por eso, nos pueden ayudar las palabras de Orígenes, este padre de la Iglesia del siglo III, que nos invita a considerar que en el fondo ya hemos dado nuestro sí a Cristo, por lo que a partir de ahí se trata de ajustar, de afinar, de corregir, de enmendar. Dice Orígenes: “Que cada uno considere lo que era antes de acceder a la fe, y caerá en la cuenta de que era un valle profundo, un valle escarpado, un valle que se precipitaba al abismo. Mas cuando vino el Señor Jesús y envió al Espíritu santo como lugarteniente suyo todos los valles se elevaron. Se elevaron gracias a las buenas obras y a los frutos del Espíritu Santo. La caridad no consiente que subsistan en ti valles; y si además posees la paz, la paciencia y la bondad, no solo dejarás de ser valle, sino que comenzarás a ser «montaña» de Dios […] Cada uno de nosotros estaba torcido —digo que estaba, en el supuesto de que todavía no continúe en el error—, y, por la venida de Cristo a nuestra alma, ha quedado enderezado todo lo torcido […] Vino, pues, mi señor Jesús y limó tus asperezas y todo lo escabroso lo igualó, para trazar en ti un camino libre de obstáculos, por el que Dios Padre pudiera llegar a ti con comodidad y dignamente, y Cristo el Señor pudiera fijar en ti su morada». En esta geografía humana todo consiste, por tanto, en tener claro que Jesucristo, como dijo Benedicto XVI es la estrella polar de nuestra humana libertad.