Agentes del orden detuvieron el otro día a un ciudadano de la República Errante de Menda Lerenda que se había identificado mediante el oportuno aporte de documentos. Ocurrió en una carretera de Galicia, tierra de magias y prodigios. Las razones del arresto no obedecieron a la falta de reconocimiento internacional de la invocada república; o no solo a eso. Influyó también que el automovilista viajase en un coche con matrícula irregular, sumada a otras infracciones del Código de Tráfico. De poco le valió al detenido alegar su condición de miembro del cuerpo diplomático de Menda Lerenda con la esperanza de obtener inmunidad. Son los gajes de pertenecer a un país pequeño y sin influencia en el concierto de las naciones.

Lo sorprendente es que esa república existe, al menos en el fabuloso mundo de internet. De acuerdo con su página web, que informa de la creación del Estado 1999, es una nación unipersonal que define al individuo como “una república independiente en sí mismo”. El territorio nacional es el que ocupa el ciudadano soberano en cada momento, lo que a su vez explica el calificativo de “errante”. Allá donde vaya el empadronado en Menda Lerenda, allá estará su territorio.

La Constitución de esta admirable república es igualmente flexible. Consta de trece artículos, pero faculta a cualquiera de sus ciudadanos para redactar su propio texto constitucional. Un Estado a la carta, por así decirlo, que probablemente sería el sueño de cualquier anarquista de los de antes (es decir: de cuando había anarquistas).

No es este, por supuesto, el único microestado de los que ya existen en el mundo; aunque sí uno de los más originales. Antes que la de Menda Lerenda existía ya la República de los Ebrios, fundada en Casablanca por Humphrey Bogart cuando un jerarca nazi le preguntó por su nacionalidad a Rick (el personaje de Bogart en la película). “Soy borracho”, contestó este sin dudarlo, aludiendo a la vasta nación de los bebedores que tienen su territorio nacional en bares y tabernas.

Cualquiera puede, en realidad, montarse en casa una República Independiente amueblada por los suecos de Ikea. Lo hicieron no hace mucho y sin ir tan al norte los impulsores del Estado (o algo así) de Tabarnia, que brotaría de la secesión de la parte más urbana de Cataluña, bajo la presidencia en el exilio del dramaturgo Albert Boadella. Pero no es el único caso.

Medio siglo antes, el británico Roy Bates había erigido ya sobre una antigua plataforma marítima de la Royal Navy el diminuto Principado de Sealand, que actualmente gobierna, a título de príncipe, su hijo Michael I. Padre e hijo defendieron con éxito su patria de 550 metros cuadrados frente a la Armada de la Reina Isabel: y ahí sigue el heredero.

A estas micronaciones podría agregarse aún la ya desaparecida Baldonia Exterior y el Reino del Otro Mundo fundado en Chequia, que llegó a declararle la guerra a la Unión Soviética.

Ninguna puede igualarse en originalidad, sin embargo, a la nación de un solo hombre ideada por los fundadores de la República de Menda Lerenda. Esa a la que un incidente de tráfico ha sacado a la luz estos días en los periódicos.