Venimos escuchando en los últimos domingos una serie de parábolas que Jesús dirige a las autoridades religiosas de Israel. Con ellas, el Señor les pone sobre aviso de que no están cumpliendo su misión de pueblo elegido y que quizá haya otro pueblo mejor dispuesto que ellos, como demuestra la segunda llamada del rey. Un rey, que por otra parte no se anda con chiquitas al acabar con los asesinos que han eliminado a sus emisarios, destruyendo también su ciudad, en lo que parece una profecía de la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén el año 70 por el futuro emperador Tito y su ejército. Pero el siguiente paso de la parábola —ese segundo momento al que nos tiene acostumbrado Mateo en sus parábolas— nos deja desconcertados. ¡Pobre hombre! ¿Y si no tenía para comprarse un traje de fiesta? O no lo tenía preparado o limpio. O, sencillamente, no le gustaba arreglarse demasiado, y prefería ir “informal”. Pero es que no es lo mismo, mis queridos lectores. Veamos. Cojamos el álbum de fotos y vayamos a una boda de los años 70 u 80. Allí todo el mundo irá de riguroso traje y corbata, vestido y los correspondientes complementos. Pero a partir del 2000. ¡Ay a partir del 2000! Uno en una boda se puede encontrar de todo. Digamos que hay un 10 % de invitados que se visten como quien va a hacer la compra. Y hasta se puede encontrar uno a unos novios en chándal… Y alguno de ustedes dirá, ¿pero es tan importante la ropa que se lleve a un evento? Escribió Virginia Wolff que “los trajes son símbolo de algo escondido muy adentro”. Si te invitan a una boda y no llevas traje de fiesta, en el fondo, ¿qué estas queriendo decir o expresar? Los Padres han visto simbolizado en este traje de fiesta la túnica nueva del bautismo o el precepto del amor o la necesidad de las obras de la fe. Sorprende la reacción colérica del rey y la reacción muda del invitado, pero es que tal y como termina la parábola, “muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”. El Padre nos ha invitado a la humanidad entera a los desposorios con su Hijo, testigos de ello son los ángeles y los santos, y nosotros, como máxima respuesta, solo se nos ocurre acudir a la celebración vestidos ¿en chándal? Siempre me han impresionado las palabras de Jesús a Santa Margarita María de Alacocque, confidente íntima de su sagrado corazón: “Mira este corazón mío, que a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor”. Así que, por favor, pongámonos el traje de fiesta, que “llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido” (Ap 19,7).