No cabe sorpresa. Solo indignación o en todo caso consternación. Sorpresa, no. La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento, escribió Pavese. El móvil en lo que concierne a los indultos del procés no se ha movido desde el instante en que estaba cantado que el Gobierno iba a otorgarlos más temprano que tarde y de la mejor manera que se le ocurriese. Los indultos solicitados empezarán a tramitarse, al parecer, la semana que viene. Los que no pidan los penados que siguen sin reconocer su delito serán el juez de Vigilancia Penitenciaria, la Fiscalía o el propio Gobierno los que los reclamen. Sin el consentimiento del condenado por sedición podría parecer que lo indultan a la fuerza, pero es solo apariencia. Todas las facilidades serán pocas para mantener en pie la excusa de que el diálogo es la única vía para resolver los problemas y garantizar, sobre todo, el objetivo de aprobar un presupuesto, algo que todavía no ha conseguido Pedro Sánchez, que naufraga en la debilidad parlamentaria pero está decidido a salirse con la suya.

El diálogo como solución de los problemas es la vía política que todos dicen preferir. Pero depende de qué se dialogue y del precio que suponga llegar a una coincidencia. Desde luego no es un espectáculo alentador del buen funcionamiento democrático que las instituciones del Estado se plieguen, con tan poco tiempo transcurrido, al indulto de quienes han atentado contra él y no han mostrado ni señal de arrepentimiento. Y sí, en cambio, disposición a repetir la jugada.

Se han equivocado aquellos que decían que con las alianzas de este Gobierno todos sus críticos jugaban a la prestidigitación y a aventurar situaciones que jamás se iban a producir. Pues ya ven, se han ido produciendo sistemáticamente hasta el punto que nadie se sonroja. El primero el propio Sánchez, que negaba tajante y reiteradamente que el PSOE y el PSN jamás pactarían con Bildu y ahora se encuentra acercando etarras con delitos de sangre.