Bob Woodward acabó desde el tesón con un presidente teflón como Richard Nixon, por lo que es lógico que la parte menos artística de la fusión Woodstein supere en poder a los sucesivos presidentes que ha radiografiado. A Donald Trump le molestará menos el maltrato que haya podido sufrir en “Rage”, el segundo asalto del periodista del “Washington Post” a su figura, que la condición de comparsa en un libro que en principio le está consagrado.

Antes que “Rabia”, se publicó “Miedo”. Después de haber leído los trece libros de Woodward, con alguno tan burocrático que equivalía a enfrentarse a la degustación del registro de la propiedad, el hombre que no pudo dirigir el “Post” por haber gestionado un reportaje inventado se erigía en el mejor retratista de The Donald. Solo el ágil Michael Wolff exhibe una penetración similar del golfante de la Casa Blanca. Ahora bien, ambos se ven beneficiados por la leyenda negra de su personaje. Al examinar con cierta atención los supuestos desastres de la actual Administración, no difieren en cuantía apreciable de las intrigas palaciegas que se vienen narrando desde Tucídides.

Trump es el hijo predilecto de Silvio Berlusconi, pero sus supuestas revelaciones en “Rage” solo tienen por misión resaltar la silueta de Woodward, ya sea para ensalzarlo por haber desnudado al presidente o para criticarlo por haber almacenado durante meses el fruto de sus pesquisas. Si alguien cree que la Casa Blanca se hubiera conmovido al difundir que su inquilino sabía que el coronavirus era peor que una gripe, no hemos aprendido nada y casi nos merecemos el castigo de que Trump sea sustituido por Joe Biden.

Nos fascina Woodward porque es el patrón oro de la profesión periodística. Sin embargo, su mayor aportación deontológica figura en el prefacio de uno de sus libros recientes. Agobiado por las exigencias de exactitud que no precisión, el monarca se sintió obligado a recordar que el periodismo no es fabricado por ingenieros que deben calcular cada palabra. Esta concesión es la mayor ligereza de su carrera.

Quitar presidentes es más importante que auparlos al trono, de ahí que los ocupantes del cargo prefieran someterse al taladro de Woodward. A cambio, ni este trepanador logró arañar la superficie de un Obama que precisaría del cincel literario de Carl Bernstein, que por desgracia es el vago de la pareja. Suele ocurrir, cuando te ha llevado a la pantalla Jack Nicholson.