Obligado a ahorrar, ahora que vienen tiempos difíciles, el Gobierno medita la posibilidad de congelarles el sueldo a los funcionarios. Para ello ha filtrado su propósito a los periódicos, que es técnica de sondeo habitual cuando se quiere conocer la reacción de los implicados y, ya de paso, prepararlos psicológicamente. Nada que con anterioridad no hayan hecho otros gobiernos.

Puede que esta medida, de ser adoptada, descorazone a quienes creen que el mundo –y España en particular– se divide entre izquierdas y derechas sin posibilidad de mezcla alguna. De acuerdo con ese pensamiento básico de orden binario, ningún gobierno progresista tomará jamás disposiciones que les toquen el bolsillo a los trabajadores. Y tampoco los conservadores harán nada que pudiera perjudicar a los empresarios.

Ese mundo en blanco y negro no existe, como bien nos han enseñado ya las periódicas crisis que sacuden al sistema financiero. Cuando los números vienen mal dados, ya sea a causa de un virus o de la explosión de una burbuja inmobiliaria, da exactamente igual el Gobierno que esté al timón de la nave en zozobra.

Zapatero, que era de izquierda y profesaba un cierto pensamiento Alicia, no encontró otro remedio que bajarles el sueldo a los empleados del Estado en el momento en que los poderes supranacionales lo llamaron a capítulo. Su sucesor, Rajoy, que militaba en la derecha, hizo más o menos lo mismo, si bien profundizando y extendiendo los recortes a toda la población currante.

Esto lo explicó, quizá sin darse cuenta, Gary Lineker, en su día famoso goleador, al definir el fútbol como un deporte “de lo más simple”. Se trataría de “un juego inventado por los ingleses en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania”. Traducido a términos políticos, ese principio consiste en que los países (de Europa, mayormente) ejercen la soberanía sobre sus propias finanzas nacionales; aunque al final se hace siempre lo que diga la canciller Merkel. O quien la sustituya en el futuro.

Así se entiende que la UE recibiera meses atrás sin sobresalto alguno la formación del Gobierno de Sánchez que los conservadores más exaltados califican de social-comunista.

Lejos de caer en esos espantos, los jerarcas de Bruselas sabían que España vive a crédito de la liberal UE y, por muy tormentosas que sean las relaciones de sus gobernantes con la realidad de las finanzas, acabarán por hacer lo mismo que todos. Cuando vienen mal dadas, la solución es siempre la misma baza de sota, caballo y rey consistente en recortar gastos y aumentar impuestos hasta que cuadren los balances.

De ello puede dar dolorosa fe el ex primer ministro griego Alexis Tsipras, quien había ganado las elecciones y hasta un referéndum bajo la promesa de subir los sueldos y aplazar ad calendas graecas (es decir: hasta nunca) el pago de la cuantiosa deuda de su país. Una vez al mando, no le quedó otra que aplicar el programa de privatizaciones y recortes impuesto por la estricta gobernante Merkel, que curiosamente no se había presentado a las elecciones en Atenas.

De momento, aquí enseñan ya la sota de la congelación salarial y el caballo de la subida de tributos. No se habla aún de recortes sociales, que son la carta del rey; pero las experiencias anteriores invitan a ponerse en lo peor. La realidad es muy reaccionaria.