El grupo de los doce apóstoles era muy variopinto. Por una parte estaba el “núcleo duro” de los pescadores de Galilea, las dos parejas de hermanos: Pedro y Andrés, y Santiago y Juan. A estos últimos les conocían como los “hijos del trueno” así que buenas se las debían de gastar… Luego estaba Simón el celota, partidario de que a los romanos los expulsaran de Judea cuanto antes. En el lado opuesto estaba Mateo, que había sido publicano, y por lo tanto colaboracionista con los romanos. Después Bartolomé y Tomás, que eran más bien de natural escéptico. En definitiva, que cuando Pedro le pregunta al Señor en el evangelio de este domingo por las veces que hay que perdonar al hermano, seguro que no estaba pensando en discusiones bizantinas. La pregunta tenía su complicación, porque las escuelas rabínicas más generosas decían que se podía perdonar hasta tres veces. A partir de ahí había que negar el perdón y emprender acciones legales. Pero parece que Pedro quisiera probar al Señor, porque el punto de partida va más allá de lo establecido: ¿hasta siete veces? Y la respuesta de Jesús los tuvo que dejar boquiabiertos: no solo siete veces sino hasta setenta veces siete. Los números en la biblia tienen su significado y si Pedro había utilizado ya el siete, que es un número de perfección —con lo que su pregunta equivalía a decirle a Jesús si había que perdonar siempre— el Señor, al utilizar dos veces el 7 y además el 10, otro número de perfección, sanciona la respuesta y la eleva a su máxima expresión: hay que perdonar siempre, siempre, siempre. Y para asentar esta verdad, el Maestro utiliza la parábola del administrador inmisericorde, donde las cantidades de dinero que se le perdonan a uno y a otro son desorbitadamente diferentes. A veces nos pasa con determinadas páginas del evangelio, podemos darle muchas vueltas, mirarlas del derecho o del revés, pero al final se trata de intentar ponerlas en práctica con la ayuda del Señor. Hablamos mucho del mandamiento nuevo que el Señor nos ha dejado, pero no menos importante es este mandamiento del perdón que Cristo nos pide. Un perdón que supone siempre la decisión humana más inteligente y que nos asemeja a Dios, porque de hecho es lo que Dios hace con nosotros. Si no perdonamos de corazón, y ciertamente el perdón en muchas ocasiones supone un duro proceso, nuestra vida cristiana será un barniz superficial que no afecta al centro más profundo de nuestro ser. De nuevo, Pedro ha dado en el clavo. Su pregunta ha sido la ocasión para que el Maestro se explique. Hay que perdonar siempre: nos va la vida en ello.