La memoria es un mapa con erratas. Aunque yo no he aprendido, a pesar de mis años, ni a dormir ni a olvidar, de par en par siempre los ojos a la memoria, sé que a lo lejos se parece a los sueños y que es mejor no fiar demasiado en ella.

Tengo por cierto que toda memoria, todo ese invento conveniente que cada quien fabrica a su medida, cabe en una tarde de aguacero. La vida de cualquiera puede explicarse mientras se toma un café y se espera a que escampe. Siempre es más grande el olvido, que no teje argumentos, no recalifica nuestra vida ni perfecciona nuestros heroísmos, no corrige el sabor a óxido de los días de aquel verano ni deshincha los pulmones de aquel invierno sin ventanas. El olvido es siempre más fiel, mucho más fiel que la memoria, y toda memoria se funda sobre tempranas virutas de olvido.

Se me ocurren estas cosas ahora que el gobierno prepara una ley, que probablemente se llamará “de memoria democrática”, que permitirá, entre otras cosas, dar reparo moral a algunas víctimas y retirar honores y medallas a quienes han fomentado o hecho apología de la violencia, de la guerra o la dictadura.

Esta normativa vendrá a corregir la vigente “ley de memoria histórica”, con la que tampoco hemos llegado muy lejos. Y aunque a veces se plantea uno si no será mejor olvidar, sobre todo cuando la memoria es un silencio gris que ya no tiene flores nuevas, algo habrá que hacer para que nos duelan menos los huesos de las cunetas, las vidas descosidas que produjo aquella guerra que duró no tres años, sino cuarenta.

Y aunque a estas alturas, cuando ya conozco el tiempo y sus justas maneras, cuando sé que lleva entre las manos una marea y el ácido regusto del vacío, y a lo más que puede aspirarse es al olvido, no puedo pedirlo nada más que para mí, que he aprendido que todo tiene su momento y sazón, que vivir es aguardar el relámpago y soportar el vacío que deja, parecido a un espejo sin azogue.

Yo, que para mí quiero, cuando llegue el momento, poder ir apartándome despacio, ausentarme poco a poco de los afanes, de la ambición y también de los demás, de sus proyectos y requisitos; que espero que cuando me vaya ninguno me eche en falta porque ya nadie me recuerde, ser humo mucho antes de ser cenizas, no quisiera marcharme sin haber visto reparado el honor y la memoria de mis hermanos que murieron antes, amparados por fin, por ese modo de justicia que es el recuerdo.