La desconfianza impide que la política nacional fluya como un instrumento al servicio de los ciudadanos. Nadie cree al vecino, mucho menos al adversario, y las luchas de poder se libran en contra del interés general. La nueva normalidad sigue siendo la vieja anormalidad de siempre, todavía más acentuada en el principio de esta legislatura que pilla al país en medio de una crisis sanitaria y económica sin precedentes.

Mientras los últimos presupuestos de Montoro resisten, el presidente del Gobierno se inventa triquiñuelas que Bruselas desmiente para vincular unos nuevos, los primeros que se ve capaz de aprobar, con la llegada de los fondos europeos. Son planes que siguen caminos distintos, aunque puedan resultar paralelos.

En realidad, no son las ayudas las que están sujetas a que España tenga unas cuentas aprobadas en 2021, sino más bien son esas cuentas las que deben fijar unas prioridades de acuerdo con los objetivos marcados por la UE. Por decirlo de otra manera, el maná no caerá del cielo sin que Europa establezca antes una coherencia para poder emplear el dinero en proyectos comunes de reconstrucción. No es un maná regalado el que Sánchez invoca para poner a la oposición entre la espada y la pared.

Cosa distinta es que el Presidente pretenda sentarlos a todos, menos a Vox, a la mesa para cubrir la línea de puntos que ya tiene trazada. Que mezcle los presupuestos con la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que anime al Partido Popular a mantener una unidad y, a la vez, aproveche para descalificarlo cada vez que tiene ocasión. O que, con manifiesta simpleza, vincule las ayudas del fondo europeo a la sumisión presupuestaria como si el común de los mortales fuese del género idiota. La extraña unidad nacional que le conviene a su relato deja de ser posible desde el momento en que Sánchez dice “lamentar profundamente” el suicidio de un etarra como si fuera un gesto más de cortesía parlamentaria.