Hay cosas en la vida que por más que nos las adviertan no nos las acabamos de creer hasta que no las vemos encima y, entonces, siempre hay alguien que nos dice: “te lo dije”. Y fijaos que son esos momentos en los que todo va fenomenal, estamos súper felices, todo el mundo se ríe con lo que hacemos, recibimos aplausos de todos y alguien te avisa: “ten cuidado, que te vas a caer”. Son todos esos momentos en que las cosas van tan bien que cómo se van a poner mal. Pensamos que todo es fácil de hacer y conseguir, pero, siempre hay alguien que te dice: “para hacerlo bien, no es tan sencillo”. Tanto nos empeñamos en lo nuestro que, pese a todas las advertencias, terminamos diciendo: “eso les pasará a otros, a mí no”. Algo así estamos viviendo como sociedad en estos momentos de pandemia, donde muchas veces solo pensamos en nuestros propios intereses y nos olvidamos de la realidad. Algo así, también, le pasó a Pedro cuando escuchamos hoy en el Evangelio esa advertencia de Jesús de que el camino se complica en la subida a Jerusalén, que las cosas no van a ser tan fáciles como parecen, pero que hay que seguir adelante, y él le responde diciendo: “Eso no puede pasarte” (Mt 16, 22). Y, algo así nos pasa a cada uno de nosotros.

La euforia, en momentos de nuestra vida, nos hace poner nuestras posiciones por delante de todo, como si alguien te hubiera instalado con éxito la felicidad, como se instala un programa de ordenador, y no tienes memoria para reconocer a quién pertenece el programa. Porque, en palabras de Jeremías, “me sedujiste y me dejé seducir” (Jer 20, 7), para, en palabras de Pablo, transformar “para discernir la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 2). Y, en ocasiones, nos puede más la seducción que el discernimiento; nos transformamos en nosotros mismos y nos quemamos en nuestro propio fuego.

Y, de ahí, viene la bronca que le cae a Pedro, eufórico porque Jesús había depositado en él su confianza, pero se había olvidado de quién va por delante en el camino. Son unas palabras muy duras: “ponte detrás de mí, Satanás” (Mt 16, 23). Incluso, de llamarlo piedra de la Iglesia, pasa a llamarlo piedra de tropiezo. Y, es que, muchas veces, lo que queremos es hacer nuestra santa voluntad por encima de todo (incluso en la pandemia que estamos viviendo). Cuantos “te lo dije”, “cuidado, que te vas a caer” y “no es tan sencillo como lo ves” nos hace falta escuchar para ponernos en el lugar adecuado del camino, para ponernos detrás de quien pierde su vida por nosotros para que ganemos el mundo entero y recibamos lo justo a nuestra conducta. No podemos olvidar el camino de Jesús, no podemos dejar de lado su cruz y no podemos dejar de reconocer nuestra vida en la suya.

Personalmente, es algo que recuerdo cada día y, especialmente, cuando visto la estola y la casulla con que fui ordenado, que muestran en sus bordados estas palabras de Jesús a Pedro: “Ponte detrás de mí”. Unas palabras que se repiten en mí como las de la pegadiza canción “Jerusalema” de Master KG: Jerusalema ikhaya lami / Ngilondoloze Uhambe nami / Zungangishiyi lana / Ndawo yami ayikho lana / Mbuso wami awukho lana / Ngilondoloze / Zuhambe nami (Jerusalén es mi hogar / Sálvame, camina conmigo / No me dejes aquí / Mi lugar no está aquí / Mi reino no está aquí / Sálvame / Ve conmigo).