Tras pasar unos días de vacaciones con familia y amigos en Holanda con días de sol y lluvia nos presentamos en el aeropuerto de Schiphol (Amsterdam) tres horas antes del vuelo para evitar aglomeraciones y estar seguros que volábamos a Ibiza a las 20.55 del miércoles 26, ya que el vuelo de Vueling 3233 previsto en principio para el día 24, se trasladó al 26. Llegamos con cierto nerviosismo por la incertidumbre de viajar en estos momentos de rebrotes y encontramos un aeropuerto totalmente vacío, pero con todas las tiendas abiertas, menos las de libros, revistas y periódicos. El aeropuerto con más tráfico de Europa estaba desértico. Increíble.

No pasamos ningún control sanitario, solo nos dieron un código QR para el móvil a la hora de facturar las maletas para rellenar y poder entrar en Ibiza. En todos lados se anunciaba el uso obligatorio de la mascarilla y había muchos carteles luminosos que recordaban la necesidad de guardar la distancia de 1,5 metros. Los mensajes en los Países Bajos son más suaves y poéticos que en España y aluden a la responsabilidad del individuo para cumplir las normas sanitarias más que a la imposición de medidas estatales.

En el control de equipaje los funcionarios no tocan nada, te invitan a poner el equipaje de mano en una gran bandeja todo junto que pasa a través de un gran escáner que parece un aparato de resonancia magnética. Paso un control de láser en una cabina de plástico, recojo el equipaje en dos minutos y nos encontramos en la sala principal del gigantesco aeropuerto sin gente. Algo inaudito por estas fechas en Schiphol.

Vuelo privado en un Airbus

Nos dirigimos a la puerta de embarque B27 sin problemas y con todo el espacio del mundo. Hay pocos viajeros. El avión procedente de Ibiza, un Airbus 321, llega en tiempo y bajan solo 43 pasajeros. Esperamos la hora del embarque, 20.55, pero no llega mucha gente más. Al embarcar nos cambian el número del asiento para equilibrar el peso del avión, según dicen. Para mi asombro, solo embarcamos diez personas, cinco miembros de mi familia y otros cinco pasajeros, más ocho de tripulación.

El aspecto de la cabina del avión con los asientos totalmente vacíos es desolador, cuando se apagan las luces tras el despegue parece que estamos en un vuelo fantasma, hay un gran silencio y añoro el murmullo de las conversaciones. Los diez pasajeros están repartidos al principio y al final del avión. La tripulación cumple con las normas internacionales y da instrucciones especiales para que en caso de despresurización de la cabina nos quitemos la mascarilla para inhalar oxígeno. Tienes la sensación de estar en un vuelo privado de un gran avión con mucho espacio libre pero inutilizable, algo irreal que está pasando y da cierta idea de anormalidad.

Las pérdidas de este vuelo deben cuantiosas para la compañía aérea, difíciles de evaluar, pero supongo que hubiese sido más barato haber alquilado un avión privado para los diez pasajeros o reubicarnos en otros vuelo, pero el avión tenía que dormir en Ibiza.

Volar dos horas y media con mascarilla no es cómodo pero las azafatas insisten en que es necesario pese a ser tan pocos. “Las normas son las normas”, indican. No puedes levantarte de tu asiento, salvo para ir al cuarto de baño. Con tanto espacio libre en el avión no sabes qué hacer y nos mantenemos en los asientos asignados. Pregunto a la tripulación por qué somos tan pocos y escuetamente me comentan: “En la última semana la demanda ha caído mucho en destinos como Ibiza como consecuencia de los rebrotes. Hay otros destinos que aguantan mejor, de momento”.

Más control en Ibiza

Otras fuentes apuntan a que estamos como al principio de la pandemia, cuando los vuelos habían vendido cientos de billetes pero la gente no se presentaba a última hora por miedo a volar.

El vuelo pasa rápido, sin incidencias ni turbulencias, y a las 23.20 aterrizamos en Ibiza. Desembarcamos guardando las distancias hasta el autobús jardinera que nos traslada a la sala de equipajes. En el aeropuerto de Ibiza el control es más severo, pasamos a través de cintas individuales, hay tres operadores que nos toman la temperatura y presentamos el QR en el móvil o un folio relleno con las instrucciones sanitarias, que nos han dado las azafatas. Recogemos las maletas en dos minutos. Inaudito.

Las pantallas digitales del aeropuerto no señalan la distancia a guardar como en Schiphol pero sí hay publicidad. Son las 23.40, el aeropuerto está completamente vacío y todo cerrado. Otra imagen irreal. ¿En qué mundo vivimos ahora?