El Partido Popular ha prescindido de su portavoz en el Congreso. Se presentía desde el mismo momento en que Cayetana Álvarez de Toledo decidió volver a dejar el periodismo para dedicarse de nuevo a la política. No es que la política no necesite de voces como la suya. Al contrario, es la mediocridad de la casta la que las repele al no atraer el voto estabulado. Álvarez de Toledo, al revés de lo que la izquierda ha sembrado y la derecha ha recogido con la sumisión de otras veces, es, además de una voz incómoda para el poder, una progresista rodeada de conservadores lanares en un partido que acepta los criterios impuestos de la pretendida superioridad moral del adversario que la exportavoz se ha empeñado en combatir contra viento y marea. Frente a ella tiene a la apparátchik Gamarra que ocupará desde ahora su cargo y a Teodoro, el plusmarquista de lanzamiento de huesos de aceituna. ¿Qué quieren?

Álvarez de Toledo posee inteligencia y claridad de ideas. Sabe lo que hay que defender y cómo. A su vez es culta y lee, algo inusual entre nuestros políticos ocupados de la gestualidad más zafia y de las encuestas. Pero, al mismo tiempo, en el uso de sus cualidades y de su firmeza, desprende una arrogancia insoportable para los mediocres. Aquí viene lo peor; en este país no se tolera al diferente, priva el sectarismo y la uniformidad. Existe también el resentimiento social que lleva a rechazar a una élite que no lo disimula y de la que forma parte Álvarez de Toledo. De ella se han empeñado en mantener que es una ultra la extrema izquierda populista, los nacionalistas y los filoetarras, además de los carcaconservadores de su partido definidos como moderados. Cuando precisamente es todo lo contrario. Por un lado, el mundo al revés; por otro, las purgas de siempre.