Opinión
Razones para quedarnos: La voz de los jóvenes
La despoblación no es un fenómeno inevitable, es una tendencia que puede revertirse si se combina visión estratégica, inversión y voluntad política y social

ILUSTRACÓN
Zamora fue durante siglos un territorio de vida y de esfuerzo compartido. En sus comarcas se cultivaron cereales, vino y ganado que sostuvieron generaciones enteras. Desde las vegas del Duero hasta las sierras de Sanabria, pasando por los Valles, campos de Sayago, Aliste, la Guareña o la Tierra del Pan, cada comarca aportó su carácter y su riqueza a una economía basada en la tierra, el trabajo y la palabra dada. Zamora fue, ante todo, una provincia que supo vivir de lo propio, que encontró en su paisaje y en su gente la fuente de su prosperidad y su identidad. Hasta hubo un tiempo en que las estaciones de tren y las carreteras no eran vías de huida, sino de intercambio: las mercancías llegaban y salían y las generaciones encontraban en esta tierra un lugar donde echar raíces y construir un futuro.
Hoy, el paisaje sigue siendo el mismo —castillos que vigilan el horizonte, iglesias que guardan siglos de historia y pueblos que respiran tradición—, pero la realidad social ha cambiado. Las estaciones de tren se han vuelto puntos de despedida en las que los jóvenes, con maletas llenas de títulos y esperanzas, suben a vagones que rara vez los traen de vuelta. Durante décadas, el mundo rural zamorano ha sido sinónimo de trabajo bien hecho, de talento que florece en condiciones difíciles y de una eficiencia que siempre ha trascendido sus fronteras. Sin embargo, ese talento, tantas veces exportado, casi nunca regresa para devolver lo aprendido.
Esta tierra, que forjó profesionales dignos de mención, ha visto cómo sus mejores manos y mentes partían en busca de oportunidades que aquí parecían imposibles. Lo que antes se entendía como una necesidad temporal — "hay que irse a aprender para luego volver"— se ha convertido en un éxodo permanente. Y esa pérdida no es solo demográfica, es también cultural, económica y emocional.
Hoy, los jóvenes zamoranos se enfrentan a una elección desigual: tienen que decidir entre quedarse y luchar a contracorriente o marcharse para construir una vida más estable lejos de sus raíces. Muchos de ellos aman profundamente esta tierra, conocen su potencial y sueñan con verla renacer. Pero la realidad es que, sin un cambio profundo en las condiciones de empleo, emprendimiento y servicios, las razones para marcharse pesan más que las razones para quedarse.
La jornada "Razones para quedarnos: La voz de los jóvenes" nace precisamente para romper esa inercia, para escuchar a quienes tienen aún la energía y la creatividad necesarias para reinventar el futuro de la provincia, convirtiendo sus virtudes en oportunidades reales.
Formarse para marcharse: una paradoja que duele
Las familias, como antaño, hacen esfuerzos para dar a sus hijos una educación de calidad. Ellos, con mérito y sacrificio, se forman en universidades o centros especializados dentro y fuera de la provincia. Y cuando llega el momento de regresar, las oportunidades son escasas o directamente inexistentes. El mundo rural siempre ha exportado talento y eficiencia, pero muy pocas veces ese capital humano regresa a sus orígenes para devolver lo aprendido. Durante décadas, las pedanías zamoranas han dado al país personas ejemplares, investigadores brillantes, artesanos de precisión y empresarios de éxito que han llevado su saber hacer a las grandes ciudades o incluso al extranjero. Las ciudades han recogido sus frutos, mientras que las comarcas de origen apenas han visto un retorno al carecer de incentivos para volver.
A ello se suma el fenómeno de que muchos jóvenes zamoranos han tenido que convertirse en emprendedores porque no les queda más remedio. Zamora es una de las provincias españolas con mayor porcentaje de personas que se dan de alta como autónomos, lo que indica que muchos jóvenes optan por montar algo propio como única vía para generar ingresos. Las dificultades para acceder a un empleo asalariado, la baja tasa de emancipación juvenil y un mercado laboral precario obligan a muchos a crear sus propios negocios para quedarse.
Zamora necesita manos y mentes en todos los oficios, pero demasiadas veces carece de proyectos viables para retenerlos. El empleo es precario o mal remunerado, la administración desincentiva el autoempleo y el acceso a la vivienda —pese al amplio parque disponible en los pueblos— tropieza con problemas como el abandono, la cantidad de trabas burocráticas para construirla o la falta de servicios básicos en el medio rural.
Una cuestión de raíces y de futuro
El arraigo es fuerte, pero no es suficiente para construir un proyecto vital. Los jóvenes necesitan certezas mínimas: un trabajo digno, acceso a servicios modernos, conectividad digital de calidad y un entorno donde criar a sus hijos sin renunciar a oportunidades culturales y sociales. La falta de transporte público eficiente o de redes de apoyo para emprender refuerza la idea de que “fuera hay más opciones”.
No me olvido de la Zamora rural que también es un territorio de oportunidades: agricultura sostenible, energías renovables, turismo cultural, economía dorada (vinculada a la atención a mayores) o teletrabajo en entornos privilegiados. Pero para transformar potencial en realidad se necesita algo más que discursos, se necesita inversión inteligente, coordinación institucional y una visión a largo plazo que no dependa de los ciclos electorales.
Es revelador comprobar cómo, cuando se les da voz y herramientas, los jóvenes son capaces de proponer proyectos creativos: cooperativas agrarias de nueva generación, plataformas digitales para revitalizar el comercio local, festivales culturales que atraen visitantes… Pero para que estas ideas germinen, necesitan confianza, apoyo financiero y un marco legal que no les obligue a abandonar la provincia para sobrevivir.
La voz de los jóvenes: escucharlos y actuar
Uno de los errores recurrentes ha sido hablar sobre los jóvenes sin hablar con ellos. Las políticas diseñadas desde despachos lejanos o desde la lógica de generaciones anteriores tienden a fracasar porque no captan lo que motiva hoy a quienes tienen veinte o treinta años. Escuchar sus propuestas —desde la mejora de la conectividad digital hasta incentivos reales para emprender— no es un gesto simbólico, es la única vía para que las decisiones tengan impacto.
Es revelador comprobar cómo, cuando se les da voz y herramientas, los jóvenes son capaces de proponer proyectos creativos: cooperativas agrarias de nueva generación, plataformas digitales para revitalizar el comercio local, festivales culturales que atraen visitantes… Pero para que estas ideas germinen, necesitan confianza, apoyo financiero y un marco legal que no les obligue a abandonar la provincia para sobrevivir.
Un compromiso colectivo
Retener talento no es solo responsabilidad de las administraciones, también lo es de las empresas, las asociaciones, los mayores que atesoran experiencia y los medios de comunicación locales. Hay que dignificar la figura del emprendedor, apostar por la formación profesional ligada a las necesidades reales del territorio y promover alianzas entre instituciones y tejido productivo. La Zamora del futuro no se construirá con lamentos ni nostalgias, sino con compromiso, innovación y cooperación.
No hay tiempo que perder
Cada joven que se marcha no solo representa una historia individual, representa una pérdida para todos ya que provoca menos vida en los pueblos, menos dinamismo en la economía y menos esperanza en el porvenir. La despoblación no es un fenómeno inevitable, es una tendencia que puede revertirse si se combina visión estratégica, inversión y voluntad política y social.
Zamora tiene razones para quedarse: su patrimonio, su calidad de vida, su potencial económico y el talento de sus gentes. Pero necesita convertir esas razones en realidades palpables. De lo contrario, seguiremos llenando auditorios para hablar del problema mientras los escasos trenes siguen partiendo llenos de jóvenes que, a su pesar, buscan lejos lo que no encuentran aquí.
Gestor de activos y divulgador financiero
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