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Opinión | Al grano

Tose la joya de la corona

La otra cara del sector vitivinícola zamorano: final de vendimia con preguntas inquietantes

Vendimiadores recolectan uva en viñedos de una bodega de la DO Toro.

Vendimiadores recolectan uva en viñedos de una bodega de la DO Toro. / Cedida

En pleno vendimiario francés (22 de septiembre, 21 de octubre, fíjense, por cierto en qué marco temporal se centraba la recolección de la uva en el final revolucionario del siglo XVIII en Francia, ¿y ahora...?, ¡qué sí, qué sí hay cambio climático, leches!) es tiempo de hacer balance del año vitivinícola en Zamora cuando, prácticamente, han finalizado las tareas de recolección de la uva. A falta de datos definitivos, parece ser que la producción ha sido un poco inferior a lo esperado, o sea que se ha quedado en los datos medios de los últimos diez años.

Pero no quiero ahondar en la cantidad cosechada —de muy buena calidad, cierto—, sí en otros aspectos que son inquietantes. Por ejemplo en los bajos precios pagados por la uva que ponen en entredicho la continuidad del sector vitícola. Y no, no quiero ser injusto porque la horquilla ha sido muy amplia y ha habido gran diferencia entre máximos y mínimos abonados por las bodegas, pero algunos cultivadores se han visto forzados a vender a poco más de treinta céntimos kilo, un precio claramente por debajo de costes, lo que es ilegal, pero parece claro que la Inspección no es tan estricta en perseguir esta anomalía en la misma medida que a los vendimiadores irregulares (en muchos casos, familiares de los dueños de los majuelos)

Hay otro dato aún más alarmante, que viticultores que pagan cuota a los consejos reguladores de las DO hayan tenido que vender a bodegas e intermediarios de otras comunidades autónomas, principalmente gallegos, a precios irrisorios y a la desesperada, de forma denigrante, sin duda. O, lo que es peor, dejar las uvas —excelentes, sanísimas— en las cepas, algunas de ellas con más de 50 años.

Cada vez es más difícil encontrar vendimiadores, el concepto de la viña como cultivo social se está perdiendo por la presión normativa y sancionadora, lo que afecta, sobre todo, a las plantaciones en vaso (miles de hectáreas con más de 30 años), el gran tesoro de las calificaciones de calidad de Zamora. Me consta que hay viticultores a la espera de cualquier subvención que se precie para arrancar sus viñedos. ¿Qué podemos hacer entonces? ¿Nos quedamos impasibles ante la pérdida de uno de los puntales agroalimentarios de la provincia?

Lo malo es que no hay culpables claros: las bodegas dicen que tienen excedentes, ha bajado el consumo de vino, los jóvenes se han hecho cerveceros y el Estado, en vez de educar a los conductores consumidores, tira por el camino más cómodo, el de las sanciones. Algo hay que hacer, no podemos rendirnos: quizás vender turísticamente la excepción zamorana, con viñedos viejos y una cultura vitivinícola única, un paquete global envuelto en los valores de la tradición. Aquí dejo este aviso a navegantes, doctores tiene la Santa Madre Iglesia.

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