Opinión
Toro, ciudad que se abre en cultura como un racimo
(A propósito de las Jornadas, Conferencias y Exposiciones de estos días en la ciudad)

Patio de la Cisterna del Convento de Santa Sofía de Toro. / M. J. C.
Hay ciudades que parecen custodiar un secreto. Ciudades que, al recorrer sus calles, dan la impresión de estar hechas de memoria y silencio, de siglos que no pesan, sino que iluminan. Toro es una de ellas. El Duero le presta su rumor, y sus muros, sus casas, sus iglesias y monasterios, parecen repetir, a lo largo del tiempo, un mismo mensaje: que la cultura no es adorno, sino savia, raíz y horizonte, si se cuida convenientemente y se promueve
Estos días, entre las piedras solemnes del Monasterio de Sancti Spíritus, Toro se ha abierto – con su acreditada amabilidad- a la celebración de la memoria y del arte. Jornadas de historia, conferencias, exposiciones internacionales, fotografías y palabras … son el rostro visible de algo más profundo: el convencimiento de que sin cultura una ciudad se marchita, mientras que con ella florece y se proyecta hacia el mundo.
La cultura en Toro no es solo un calendario de actos, es una forma de resistencia y de futuro. Resistencia, porque en tiempos de prisas y olvidos se atreve a detenerse, a contemplar, a dar valor a lo que permanece en medio de tantos ruidos y polarizaciones. Futuro, porque la belleza no se guarda en vitrinas; se comparte, se transmite, se convierte en herencia para los que vendrán.
La cultura como latido de comunidad
Promover la cultura en ciudades como Toro significa tender puentes. Entre generaciones —porque lo que hoy se enseña en un claustro lo aprenderán mañana los niños en la escuela—, y entre pueblos —porque la historia de Toro no puede entenderse sin la de Portugal, ni la de España sin la de sus vecinos ibéricos. Cada encuentro artístico, cada exposición compartida, es una manera de recordar que somos parte de un relato más grande que nos trasciende.
Pero también es un acto de dignidad. Apostar por la cultura es apostar por la gente, por su derecho a conocer y emocionarse, por su derecho a no quedar relegada al silencio. En una ciudad como Toro, donde cada piedra cuenta un episodio de la península, el arte y la memoria no son un lujo para minorías, sino un bien común que sostiene la identidad y da sentido a la vida cotidiana.
Claustros que hablan al presente
Hay lugares donde la cultura se encarna con más fuerza. El Monasterio de Sancti Spíritus y su comunidad es uno de ellos como el de los otros sabios, bellos y amables conventos toresanos. Sus muros de siete siglos tranquilizan y conmueven al mismo tiempo: son espacio de clausura y a la vez ventana abierta al mundo. Allí se entrelazan lo antiguo y lo contemporáneo, lo religioso y lo laico, lo local y lo universal. Que en sus salas se expongan hoy fotografías de España y Portugal, que en sus claustros resuenen voces de historiadores y artistas, no es casualidad. Es la prueba de que el patrimonio no vive encerrado: late, dialoga y se renueva cuando lo habitamos de nuevo.
Toro, un cruce de memorias
Ángeles Medina, recordó que no es casual que la exposición se instale aquí: “la historia de Toro no puede entenderse sin la de Portugal”.
La frase encierra verdad histórica. Basta recordar la Batalla de Toro de 1476, cuando Alfonso V de Portugal intentó reclamar el trono de Castilla para su hija, Juana la Beltraneja, enfrentándose a Isabel la Católica y Fernando de Aragón. Aquella batalla, que inclinó la balanza hacia Castilla, frustró la unión bajo bandera lusa y consolidó a los Reyes Católicos.
Desde entonces, Toro no ha dejado de ser un lugar fronterizo y simbólico, donde España y Portugal se miran y se reconocen. Que hoy ese diálogo continúe en clave de cultura es la mejor herencia de aquella historia compartida.
La importancia de soñar en común
Quizá eso sea lo que más enseña Toro: que la cultura no es un museo cerrado, sino un sueño compartido. Una ciudad que apuesta por la cultura apuesta por sí misma, por su juventud, por sus mayores, por sus visitantes. Abre sus puertas al diálogo, a la hospitalidad, a la posibilidad de que el arte sea un idioma universal que nos reconcilie.
En un mundo que a menudo reduce las ciudades pequeñas a notas al pie, Toro demuestra que el tamaño no mide la grandeza. Una exposición internacional o una jornada de historia aquí tienen un eco distinto: se viven con la cercanía de la comunidad, con la hondura de un lugar que no necesita aparentar, porque ya es herencia viva.
Por ejemplo, este año somos herederos para honrar el Quinto aniversario del nacimiento de Magdalena de Ulloa cuyo padre fue regidor de Toro y contador de Fernando el Católico, y quien con Luis Méndez de Quijada formó el matrimonio al que el emperador Carlos V encomendó el cuidado de su hijo ilegítimo Juan de Austria. Gran y generosa benefactora y muy importante promotora de la enseñanza y la cultura, por ejemplo, a través de tres Colegios de la Compañía de Jesús (Villagarcía de Campos, Santander y Oviedo) por ella fundados entre otras muchas obras
Promover la cultura en Toro es, en definitiva, recordar lo esencial: que somos memoria y futuro, que sin arte no hay comunidad, que el conocimiento nos humaniza y nos vincula. Y que ciudades como esta, al abrirse a la belleza, se convierten en faros que iluminan la meseta y más allá, recordándonos lo que todavía podemos soñar.
Toro nos lo enseña: la cultura no es un adorno en la vida de los pueblos. Es su respiración más honda, su manera de mantenerse viva, de ser ella misma y, a la vez, de pertenecer al mundo.
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