Opinión | CuZeando en la Ciencia
La física secreta de lo cotidiano
"Preparar un desayuno es entrar en un diálogo continuo con las leyes de la termodinámica"

La tostadora, uno de los objetos olvidados. / Getty Images
La física suele presentarse como una ciencia lejana, abstracta, encerrada en laboratorios o escrita en ecuaciones que parecen pensadas para asustar a quien las mira. Sin embargo, es difícil encontrar algo más próximo que sus leyes. La vida cotidiana está atravesada por ellas, aunque su presencia se haya vuelto invisible por costumbre. Las cosas comunes esconden una arquitectura matemática y material que sostiene el mundo sin que nadie lo advierta.
Todo empieza por lo que damos por sentado. Preparar un desayuno, por ejemplo, es entrar en un diálogo continuo con las leyes de la termodinámica. Cuando se calienta una tostadora, lo que ocurre en su interior es un intercambio ordenado de energía. La resistencia convierte electricidad en calor, liberando ondas electromagnéticas que calientan el pan. Pero ese calor no aumenta de forma uniforme. Al principio, el proceso es lento, casi inofensivo. El pan apenas cambia de color, y todo parece estar bajo control. Pero a medida que el sistema entero se calienta (la resistencia, el aire dentro del aparato, incluso las paredes metálicas), el calor se acumula y se distribuye mejor. Lo que antes necesitaba un minuto, ahora puede suceder en quince segundos. Por eso el primer intento de tostado suele parecer insuficiente y el segundo acaba negro. No es mala suerte, es física, el calor sigue una progresión que se vuelve traicionera si uno no presta atención.
El calor, además, guarda una segunda trampa cotidiana. Todo lo caliente irradia energía en forma de luz, aunque no siempre visible. Cuando algo empieza a brillar rojo, significa que su temperatura ha superado los 500 grados. No hace falta llegar a ese extremo para quemar un desayuno, pero es el mismo principio que explica por qué el metal de una sartén o el filamento de una bombilla vieja terminan brillando. Detrás de una simple tostadora hay siglos de comprensión sobre la transferencia de energía y la radiación térmica.
Pero la física no se limita a los objetos; también gobierna los movimientos del aire, del agua y del propio cuerpo. Cualquiera que haya tenido que lidiar con una cortina de ducha pegada sabe que hay una extraña tendencia de esas telas a moverse hacia uno cuando cae el agua. Lo que ocurre en realidad es un fenómeno sutil de dinámica de fluidos. El agua al caer arrastra consigo el aire que encuentra en su camino, generando una corriente descendente. Esa corriente crea una zona de baja presión, y la cortina se desplaza buscando ocupar ese vacío. No es magia, ni defecto de diseño, sino el mismo principio que permite a los aviones mantenerse en el aire o a las tormentas organizarse en espirales gigantescas sobre el océano.
El cuerpo humano tampoco escapa a estas reglas. Las caídas, tan comunes y tan molestas, tienen una explicación precisa. Cuando caminamos, la energía que acumulamos es relativamente baja. Pero al correr, esa energía se multiplica rápidamente, no por la velocidad en sí, sino porque la energía cinética depende del cuadrado de la velocidad. Es decir, si duplicamos la velocidad, cuadruplicamos la energía del impacto. Eso explica por qué una caída al tropezar durante una carrera parece doler el doble o el triple que una caída al caminar. Es el mismo principio que explica por qué los meteoritos, al impactar con la Tierra, liberan una energía desproporcionada en relación con su tamaño. No es el objeto, sino su velocidad lo que determina la violencia del choque.
Incluso los pequeños accidentes domésticos, esas escenas que solemos atribuir al infortunio, obedecen a las mismas leyes. El clásico episodio de la tostada que cae al suelo por el lado untado no es una maldición, sino un problema de geometría. La altura media de una mesa de comedor es de unos 75 centímetros. Cuando un objeto del tamaño de una rebanada de pan comienza a caer desde esa altura, inicia un giro lento. El recorrido hasta el suelo no le da tiempo suficiente para completar una vuelta entera, por lo que suele aterrizar con el mismo lado que estaba orientado hacia abajo al principio de la caída. Si ese lado era el de la mantequilla, la catástrofe es casi segura. La superstición solo disfraza lo que, en realidad, es una consecuencia lógica del movimiento rotacional y la gravedad.
Estas mismas leyes explican fenómenos mucho más grandes, desde la rotación de los planetas hasta la formación de galaxias. Lo que ocurre al tirar una tostada o al encender una ducha es un eco en miniatura de los mismos principios que rigen el Universo. Cambian las escalas, no las reglas.
La física cotidiana no pretende despojar de misterio al mundo, sino al contrario, le devuelve un orden que permanece oculto a simple vista. Lo sorprendente no es que exista una explicación para cada cosa, sino que esa explicación se haya integrado tanto en nuestra rutina que ya no la notamos. Comprenderlo no hace que las tostadas dejen de quemarse ni que las cortinas dejen de pegarse, pero tal vez permita mirar esos pequeños desastres diarios con otros ojos. Lo cotidiano no es tan simple como parece. n
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