Opinión | Siete días y un deseo

Madrid, Renfe y la vida

OPINIÓN | ¿Pero no habíamos quedado en que si realmente nos interesa activar los procesos de desarrollo en las zonas rurales con más dificultades debemos poner en marcha políticas para mejorar la movilidad?

Viajeros en la estación del AVE en Otero de Sanabria.

Viajeros en la estación del AVE en Otero de Sanabria. / A. S.

El miércoles viajé a Madrid porque al día siguiente tenía, junto a mi compañera María Luisa, una participación en la edición número 13 de los Encuentros de Sociología Ordinaria, que así se titulan, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Y claro, estar en ese espacio tan especial ha representado un hito personal y una emoción tan profunda que no acierto a expresarlo con palabras. Mientras llegan, que al menos quede constancia de que por allí andábamos con la exposición fotográfica del proyecto de innovación docente “El aula en la calle y la calle en el aula”, que iniciamos en el curso 2021-2022, y que fue seleccionado para participar en el encuentro que comento. Bueno, pues si la presencia en el Reina Sofía ha sido la leche, espero que lo siga siendo del mismo calibre en las actividades previstas durante los próximos días en tres escenarios especiales: la semana de mayores en Cruz Roja, la residencia de Cáritas en Alcañices y el Colegio Divina Providencia, de la capital, donde expondremos el mismo proyecto. Y durante los próximos meses seguiremos recorriendo los pueblos de Zamora y Salamanca para compartir lo presentado en Madrid el pasado jueves.

En el viaje a la capital fui reflexionando sobre la decisión de Renfe de eliminar algunas paradas del AVE en la estación de Otero de Sanabria por unas razones que, a estas alturas, no acierto a comprender. Porque si todo se reduce a que los gallegos, residan en Vigo o en otras localidades de esa comunidad autónoma, tienen que llegar cinco o diez minutos antes a Madrid, entonces es muy grave, porque no se puede o, más bien, no se debe favorecer a unos para perjudicar a otros, como, en este caso, se pretende hacer con quienes residen en uno de los escenarios más visibles de la España vaciada. ¿Pero no habíamos quedado en que si realmente nos interesa activar los procesos de desarrollo en las zonas rurales con más dificultades debemos poner en marcha políticas para mejorar la movilidad? ¿O eso solamente eran bonitas palabras para quedar bien con la audiencia y, una vez que ha pasado el tiempo, adiós muy buenas? Tengo que expresarlo públicamente: estoy cabreado con este asunto. Y quienes lo han provocado no han sido conscientes de la polvareda que iban a levantar. ¿O tal vez sí lo eran y les ha importado un pito lo que pudiera suceder en este rincón de Zamora?

En Madrid también tuve tiempo para reflexionar sobre los retos de la vida cotidiana a los que tienen que hacer frente muchas personas y, al mismo tiempo, el sinsentido de una forma de vida que practicamos otros individuos, que preferimos ocultar los problemas y mirar para otro, porque lo único importante es lo que me pasa a mí y solo a mí. Que si estamos en este puto mundo cuatro días no merece la pena amargarse por lo que pueda sucederle al de la esquina. Por eso -pensamos y practicamos sin rubor- son tan importantes el jolgorio, la fiesta y la diversión, con sus manifestaciones públicas. Pues bien, tanto lo uno -la exclusión residencial- como lo otro -la juerga desaforada- me asaltaron en la Puerta del Sol y, sobre todo, en la Gran Vía de la capital de España. Mientras caminaba por esos lugares tan emblemáticos, las aceras y los bancos eran testigos de la exclusión social y, al mismo tiempo, de la insolidaridad de una sociedad que se cree desarrollada y que, sin embargo, deja tirados en el suelo a unas personas que supuestamente son insignificantes. Y llegué a una conclusión: ¡Cuánto dolor podríamos ahorrarnos con un poco de sentido común y de humanidad!

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