Opinión | Escalera hacia el Cielo

Boicot a Itevelesa

OPINIÓN | Los mismos principios sujetos a lógica que me llevan a oponerme frontalmente al boicot artístico y deportivo contra Israel, Rusia, el Irán de los ayatolás o la Corea del Norte del personaje ese como de dibujos animados

Pegatinas en un vehículo.

Pegatinas en un vehículo.

Parece ser que el nuevo papa cae en gracia al politiquerío patrio. Hasta el día en que diga alguna verdad incómoda y acabe convertido en el ciudadano Prevost. Y parece ser también, que entre ateos y herejes se ha puesto de moda cierto paternalismo y condescendencia hacia los católicos.

Seguimos adorando a nuestro amigo imaginario y poniendo velas a muñequitos, como antes. Pero ahora que, según dicen algunos, el nuevo papa es más rojo que el Che Guevara cortando caña a machetazos en la zafra del azúcar, somos gente pintoresca y no unos tarados.

En resumidas cuentas, que por ahora el 22 de mayo seguirá siendo en el calendario el día de santa Rita de Casia, patrona de las causas imposibles, y no el día que volvieron las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar. Por ejemplo.

A partir de ahora el 22 de mayo también será el día que Itevelesa dijo que no, que no que no que no que no, pero no al modo de los Deluxe del gran Xoel López. Qué va. Se limitó a sentenciar que no consentía en pasar la ITV de mi coche con pegatinas.

El mes pasado, strike uno, se escudaron en que según la ley de tráfico y el reglamento de circulación está prohibido llevarlas. Argumenté que mentían como perros. Recularon ante la evidencia, pero, strike dos, aluden ahora que es el reglamento interno el que no permite dar de paso a coches subversivos.

Contra argumenté que ninguna normativa de una empresa privada, ni siquiera las del todopoderoso Florentino Pérez, está por encima, ni puede contravenir una ley emanada del Congreso. No sirvió de nada, strike tres y estás fuera.

Si tuviera treinta años, sabe Dios que hubiera invocado a Virgilio y a Eneas, "si los dioses del cielo no escuchan mis plegarias, invocaré a los del infierno". Denunciaría y volvería a denunciar. Pero tengo una edad y los dolores correspondientes a mi oficio. Se me duermen los dedos al volante, eso si es un peligro real, no las pegatinas. Además de muchos problemas en la vida, tela de preocupaciones e historias que no me dejan dormir.

No pienso malgastar tiempo ni energías en bárbaro combate contra Itevelesa.

Me batí en retirada, y educadamente me despedí hasta el año que viene. Por lo que a mí respecta, desde un punto de vista mecánico, pasé por el taller después de la primera llamada de atención, el coche está impecable. Ha pasado la ITV a falta de la pegatina amarilla.

En caso de que me pare la Guardia Civil, esgrimiré papeles y motivos. Y confiaré en que sean gente sensata. Hay que defender los principios propios, sin cejar en el empeño, máxime cuando vienen avalados por la fuerza de la razón. Galileo Galilei claudicó, tuvo que admitir que la tierra era plana, porque si no unos mostrencos lo hubieran freído en la hoguera. Yo no pienso transigir con la majadería de algunos, ni acabar susurrando eppure si muove.

Los mismos principios sujetos a lógica que me llevan a oponerme frontalmente al boicot artístico y deportivo contra Israel, Rusia, el Irán de los ayatolás o la Corea del Norte del personaje ese como de dibujos animados. Así me granjee los enemigos acérrimos que me granjee. El arte es arte, el deporte es deporte, mientras que la política es un cenagal pestilente.

Adoro al ballet clásico, porque es el mismo goce estético desde hace cientos de años. Nada cambia, solo la prima ballerina. De Anna Pavlova a Olga Smirnova, Odette, Odile y los cisnes del lago siguen emocionando hasta las lágrimas. O no. Por eso tengo la sana costumbre de asistir a todas cuantas representaciones pueda a cargo de diferentes compañías.

Por culpa del boicot y las sanciones contra Rusia, presencié horrorizada una versión del Lago de los Cisnes, a cargo del ballet de Kiev, en el que una bailarina del cuerpo de baile lucía dos tetas como dos carretas. Cuando el ballet, es el summum de la expresión corporal; la cuasi perfección absoluta; la cima más alta que puede alcanzar el cuerpo humano.

El ballet transmite emociones sin usar palabras, para lo que hay que exigirle el máximo esfuerzo a toda la anatomía. Y que el resultado final sea de una belleza sin igual. Nada, repito nada puede perturbar la mágica conexión que se establece entre bailarines, obra y público… pero aquellas dos manzanas no hacían más que botar y botar.

El ballet exige un sacrificio brutal, y quien no quiera lesionarse, llorar de frustración, ni pasar hambre, mejor que se dedique a otra cosa. Por ejemplo, a ver a Belén Esteban farfullando por qué hay que boicotear a Israel en Eurovisión. No soy Eurofan ni Euroexperta, pero dada la polémica y el bulle bulle trasnoché hasta que el bodrio me obligó a apagar asqueada la tele.

¿Cuándo se convirtió el show eurovisivo en este circo plagado de mujeres barbudas, empoderadas disfrazadas de estrellas del porno y con morcillas de Burgos en lugar de labios, cuerpos no normativos que cacarean, al que sólo le falta el enano de Juego de Tronos?

Lo mejor que podría hacer mi pais es no participar de tamaño ridículo.

Empiezo con béisbol y acabo con rugby. A Rick e Ilsa siempre les quedará París, y a mí la final de la Copa del Rey de rugby. A celebrar de nuevo en una capital pucelana este año abonada a la tragedia. Con el fútbol y el baloncesto descendidos, la esperanza reside en los quince del balón elíptico. Este gran deporte, rudo y noble, en el que no hay contrario, ni mal que cien años dure, que persistan tras el tercer tiempo.

Igual ese es el problema de Itevelesa, y del mundo, demasiada Eurovision y poco rugby.

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