Opinión
Cuando el tren no para,el abandono avanza
"La estación de Otero de Sanabria no es solo un andén. Es un símbolo. El símbolo de que el mundo rural existe, persiste y resiste."

Cuando el tren no para, el abandono avanza
El tren, uno de los grandes símbolos del progreso humano, ha sido siempre algo más que un medio de transporte: ha representado la posibilidad de acercar territorios, de igualar oportunidades, de conectar personas. En zonas rurales como Sanabria, el ferrocarril ha sido históricamente una promesa de futuro. Una promesa tantas veces incumplida que hoy se ha transformado en indignación.
La historia del tren en Sanabria es una historia de lucha. Una historia que se remonta al siglo XIX, cuando ya se hablaba de unir Madrid con Galicia pasando por Zamora. Pero desde el primer momento se evidenció una desconfianza hacia el interior rural. En 1864, una comisión técnica ya desaconsejaba el paso del ferrocarril por esta comarca porque «no se encontraba una sola población que llegase a las dos mil almas». El desprecio demográfico convertía en inviable, para los ingenieros y políticos de la época, cualquier inversión.
Aun así, la comarca resistió. Bajo la dictadura de Primo de Rivera se reactivó el proyecto. Se paralizó con la llegada de la República. Durante la guerra y la posguerra se volvió a retomar. Y durante décadas, cientos de sanabreses dejaron su salud y su vida en las obras del ferrocarril, especialmente en el difícil tramo entre Puebla de Sanabria y Ourense, marcado por la silicosis, que pasó a conocerse como «el mal de la vía». Casi cien años después de los primeros planos, el tren llegó por fin a Sanabria. Tarde, muy tarde, pero llegó. Y lo hizo gracias a la terquedad de un territorio acostumbrado a que le digan que no.
Y como si la historia quisiera repetirse una y otra vez, Sanabria volvió a estar en el centro de la polémica. Esta vez, por culpa de la Alta Velocidad. La estación de Sanabria AV, en Otero de Sanabria, fue inaugurada entre recelos, críticas y acusaciones de despilfarro. Algunos llegaron a tacharla de «estación fantasma». A otros les molestó su ubicación en una pedanía de apenas unas decenas de vecinos. Se desató entonces una polémica artificial, como si el derecho a la conectividad dependiera del número de empadronados.
Pero los que conocen esta tierra saben que la estación no fue un capricho, ni un dispendio. Fue una decisión técnica. Porque el PAET (Puesto de Adelantamiento y Estacionamiento de Trenes) debía de situarse en un punto orográficamente viable. Porque Sanabria, aunque despoblada, tiene la orografía idónea para esa infraestructura y miles de residentes en su conjunto comarcal. Y porque hay más razones que la pura estadística: el reequilibrio territorial, la lucha contra la despoblación y el acceso a servicios esenciales también deben pesar.
Aun así, ahora, esa estación vuelve a estar amenazada. En las últimas semanas, Renfe ha anunciado la supresión de varias paradas en Sanabria AV, con una evidente pérdida de conectividad para toda la comarca. La decisión, adoptada de forma unilateral y sin diálogo con el territorio, ha sido recibida con un rechazo rotundo. Ayuntamientos, colectivos sociales, asociaciones vecinales y ciudadanos a título individual han alzado la voz. Porque esta vez, no se trata de un ajuste técnico: se trata de un agravio político y social.
Si la Alta Velocidad no sirve para fijar población, para facilitar la vida en el medio rural, para igualar oportunidades, ¿para qué sirve entonces?
La comarca se vuelca en defensa de su tren. Porque perder paradas no es un detalle menor. Es perder oportunidades. Es complicar la vida a quienes tienen que desplazarse para trabajar, para estudiar, para ir al hospital, para hacer un trámite. Es cerrar puertas a posibles visitantes, a nuevos pobladores, a turistas que eligen este rincón como refugio de naturaleza y patrimonio. Es dar la espalda a los jóvenes que quieren quedarse y a los mayores que necesitan movilidad. Es, en definitiva, hacer la vida más difícil a los que ya lo tienen difícil.
Además, la forma en que se ha ejecutado esta decisión revela una preocupante falta de sensibilidad. No ha habido consulta previa. No ha habido estudio de impacto. No se han evaluado alternativas. Simplemente, se ha recortado. Porque el número de viajeros no alcanzaba un umbral. Porque los grandes nodos de tráfico ferroviario —Madrid, Ourense, Vigo, A Coruña— imponen su lógica de eficiencia. Pero ¿desde cuándo la rentabilidad debe ser el único criterio para decidir sobre servicios públicos? ¿Dónde queda la cohesión territorial? ¿Dónde la equidad?
La alta velocidad prometía acercar territorios. Pero si no se garantiza una red de paradas coherente y útil, solo sirve para profundizar desigualdades. Para que los trenes pasen por encima, sin detenerse. Para que los pueblos queden al margen de los beneficios, aunque se vean afectados por los costes. Porque Sanabria también pagó túneles, viaductos y catenarias. También sufrió expropiaciones, molestias y obras. También puso su territorio al servicio del progreso. ¿No merece, al menos, que el tren pare?
La estación de Otero de Sanabria no es solo un andén. Es un símbolo. El símbolo de que el mundo rural existe, persiste y resiste. Por eso, la supresión de paradas ha encendido todas las alarmas. Porque detrás de esta decisión se esconde un mensaje peligroso: que el tren solo es para quienes viven en grandes ciudades. Que los pueblos no cuentan. Que conectar territorios despoblados es un lujo prescindible. Y eso, en un país que presume de vertebración y equilibrio, es una contradicción insoportable.
Lo que está ocurriendo en Sanabria no es un caso aislado. Es una muestra más de una tendencia preocupante: la recentralización de servicios, la concentración de infraestructuras, la desatención del medio rural. Cada vez que se elimina una parada, se lanza un mensaje a quienes viven lejos del centro: que su vida vale menos, que sus derechos se pueden recortar, que su territorio es secundario.
Pero esta vez no se va a aceptar en silencio. La comarca ha respondido con firmeza. Se están recogiendo firmas, promoviendo iniciativas, pidiendo la implicación de los alcaldes y reclamando el apoyo de la Diputación y de la Junta. Porque el ferrocarril no es un capricho. Es una necesidad. Y porque nadie entiende que se recorte justo lo poco que se había conseguido tras décadas de espera.
Si la Alta Velocidad no sirve para fijar población, para facilitar la vida en el medio rural, para igualar oportunidades, ¿para qué sirve entonces?
Sanabria no pide privilegios. No pide más que nadie. Pide lo justo. Pide que, si hay una estación, esta tenga utilidad. Que los servicios que conectan el territorio se mantengan. Que el ferrocarril cumpla su función pública. Que no se sigan tomando decisiones desde despachos lejanos sin mirar el mapa con ojos humanos.
Las zonas rurales no necesitan discursos vacíos. Necesitan hechos. Trenes que paren. Horarios razonables. Compromisos firmes. Inversiones coherentes. Y, sobre todo, respeto. Porque esta vez no se trata solo de una parada. Se trata de dignidad, porque cuando el tren no para, el abandono avanza.
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