Opinión | El trasluz
Diversión y didáctica
La “lucidez terminal” es la que acomete antes de la muerte a algunas personas con un deterioro cognitivo provocado por daños cerebrales irreversibles

Lucidez terminal. / Freepik
Me pregunto si el yo biológico y el yo mental son el mismo yo. Mi yo biológico se ha torcido un tobillo, lo que no ha afectado a las actividades de mi yo mental. Observo ahí una disyunción, una especie de esquince entre el cuerpo y la mente. No van a la par. Me acusan de dualista cuando establezco este tipo de distinciones, pero ¿cómo no serlo? He leído estos días varios textos sobre la “lucidez terminal”, que es la que acomete antes de la muerte a algunas personas con un deterioro cognitivo provocado por daños cerebrales irreversibles. Algunas de estas personas, por lo visto, regresan en esos momentos críticos de donde estuvieran para despedirse afectuosamente de sus seres queridos. Enfermos que llevaban meses o años sin hablar y sin reconocer a sus hijos, son de súbito capaces de nombrarlos uno a uno antes expirar tranquilamente tras desearles lo mejor.
¿Puede un receptor de radio averiado desde hace lustros recomponerse él solo y empezar a emitir sin interferencias un informativo o el final de la Champions? No. Tampoco unas neuronas hechas polvo serían capaces de rebobinar, o rebobinarse, hasta una época en la que funcionaban correctamente.
A la “lucidez terminal” se la llama también “lucidez paradójica” por lo contradictorio que resulta el hecho de que alguien sea capaz de razonar cuando el órgano encargado de hacerlo no funciona. Lucidez paradójica, qué buen título para un poema. Quizá toda la lucidez sea de esta naturaleza, puesto que vivimos entre tinieblas, pese a haber alumbrado la Teoría de la Relatividad, entre otras. A quien le interese abordar este asunto, le recomiendo El umbral, un libro de Alexander Batthyány publicado por Errata Naturae. Se relatan en él numerosos casos como los citados más arriba. Cada uno de ellos, aisladamente considerado, se podría tomar por una de esas evidencias anecdóticas que la ciencia se niega a considerar, pero todos juntos conforman un corpus que, pese a resultar inexplicable, debería ser objeto de una atención que se les viene negando. En fin, que, además de didáctico, el volumen resulta entretenido por la singularidad de las peripecias narradas en él y por las reflexiones que provocan.
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