Opinión
javier prieto
La vida vence a la muerte
RELIGIÓN | En verdad el Hijo de Dios ha resucitado, en verdad quiere resucitarte

Domingo de Resurrección en Toro en un año anterior. / M. J. Cachazo
En verdad el Hijo de Dios ha resucitado, en verdad quiere resucitarte. Solo sus amigos más cercanos y un centurión habían sido capaces de ver en aquel cuerpo, desvencijado sobre el madero, al Hijo de Dios. Pero lo era. Aquel hombre desfigurado, maltratado hasta la muerte, grano de trigo triturado y machacado, guardaba en su interior la misma vida. Y esa vida, como escribió Unamuno, no solo vive, esa vida vivífica.
Esta mañana no es una mañana más, es mañana de Pascua. Una mañana con una luz nueva, con un color diferente porque ha ocurrido algo nuevo: Cristo ha resucitado, él ha vencido la batalla de los hombres y mujeres de cada tiempo contra la muerte. La resurrección no es un mero concepto teológico, ni un símbolo; no es una leyenda, ni un mito para disimular la cruz y el dolor. No, Cristo resucitó aquella primera mañana de Pascua, el cuerpo lacerado y crucificado recobra la vida, de una forma nueva, pero palpable. Cristo vive, el dolor no vence, la muerte no tiene la última palabra.
Celebrar que Cristo ha resucitado —en esta diócesis y provincia de Zamora— un 20 de abril de 2025, es celebrar que la vida vence en todo aquello en lo que la muerte parece ganar la partida. Que la despoblación no tiene la última palabra, que no está todo perdido, que no es el tiempo de poner el cartel de cerrado, que no estamos llamados a ser como la orquesta del Titanic que tocaba sabiendo que sería la última pieza. Si la vida vence, la vida puede renovar lo que parecía muerto.
Creer en esta victoria de la vida sobre la muerte no es una vana ilusión. Creer en que la vida gana es sumarse a su bandera, es hacer causa por la vida. Creer en el Resucitado es mirar frente a frente a las heridas que causan la muerte y ver como en medio de ellas se abre paso la luz. Ni la muerte ha vencido, ni la muerte vencerá. Por eso no podemos vivir como si la oscuridad y la desesperanza fuesen el rostro de una tierra que se resigna a dejarse perder.
La luz ha de iluminar nuestra desilusión para reconocer dónde sigue brotando la vida a pesar de la despoblación. La vida ha de vivificar lo que ha matado la desesperanza y la falta de oportunidades que obligan a marcharse a los jóvenes. Un nuevo amanecer baña nuestra tierra y nosotros debemos ver qué es lo que brilla a su paso. Dejemos que la vida vivificante de Cristo nos inflame el corazón para mirar con auténtica esperanza nuestra propia vida, nuestra diócesis y nuestra tierra. ¡Feliz Domingo de Resurrección! ¡Cristo ha resucitado! n
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