Opinión
De faldones, banzos y esfuerzos
Las agujetas que suelen suceder a los desfiles, por mucho que hayan entrenado previamente en el gimnasio, son un tributo que ofrecen muchos zamoranos sin recibir casi nada a cambio

Ensayo de cargadores. / Archivo
El chaval aprovechó que la procesión había hecho un "fondo" para ponerse de puntillas y mirar a través de los pequeños huecos y rejillas de la mesa, para tratar de descubrir cómo era aquello que hacía a los "pasos" avanzar de manera tan decidida y acompasada. Era consciente de que allí había unas cuantas personas, pues mientras los "pasos" habían estado en movimiento, había visto bajo los faldones los zapatos y la parte baja de los pantalones de un grupo de hombres, mientras los pies se adelantaban pisando al unísono el firme de la calle. Pero la oscuridad reinante en su interior le impidió ver lo que se cocía allí dentro.
Se encontraba en primera fila de la acera porque, como aún era pequeño, la gente le había dejado ocupar esa posición tan privilegiada, dado que su pequeña estatura no molestaba a quienes llevaban allí varias horas esperando la llegada de la procesión.
Alguien que estaba a su lado descubrió su curiosidad y trató de explicarle de la manera más sencilla lo que allí dentro había, lo que hacían aquellos hombres y por qué lo hacían.
Eso es lo que hay bajo los "pasos" de Semana Santa: faldones para no ser vistos desde fuera por el público que presencia los desfiles, y "banzos" para recoger los esfuerzos que transmiten los cargadores que permiten avanzar los "pasos" en su itinerario.
Dicho así, no parece que sea decir demasiado. Porque en torno a estos tres factores se encuentra la presencia de quienes lo hacen posible. De ese grupo de hombres que apiñados en un mínimo espacio, y respirando con dificultad, echan alternativamente los pies hacia adelante de manera que no interfieran con el cargador que le precede.
Hay que llevar unos pesos que oscilan entre los quinientos y los mil kilos, soportando cada cargador un peso que oscila entre los veinte y los treinta kilos. Algunos «pasos» como el de «La Santa Cena» pesan más de dos mil kilos, lo que no hace posible que se pueda cargar con él
Las agujetas que suelen suceder a los desfiles, por mucho que hayan entrenado previamente en el gimnasio, son un tributo que ofrecen muchos zamoranos sin recibir casi nada a cambio. Y digo casi nada, porque sí reciben la consideración de quienes los ven desfilar siguiendo acompasadamente el ritmo que marca la música de cada desfile procesional. También reciben las gracias de aquellos o aquellas que son receptores de un pequeño "baile" en plena calle, por aquello de ser un familiar o un amigo muy querido premiado con esa especie de dedicatoria.
Es duro el esfuerzo que cada cofrade-cargador ofrece cada año para mayor gloria de los desfiles procesionales. Sin ellos no habría procesiones, porque lo de hacer avanzar los "pasos" con medios mecánicos, ya fuera con ruedas y motores - aunque fuera una solución - no encajaría con la idiosincrasia de la Semana Santa, al menos con la de Zamora. De hecho, a nadie ha debido pasársele por la cabeza tal idea.
Pocas veces se ha destacado la importante misión que estos hombres tienen encomendada. Esos que empujan levantando en volandas los "pasos", soportan su peso sobre unos hombros, protegidos por unas simples almohadillas. Lo soportan sobre un hombro o sobre los dos, según se trate de un paso cerrado o de uno abierto a base de "andas".
Y es que hay que llevar unos pesos que oscilan entre los quinientos y los mil kilos, soportando cada cargador un peso que oscila entre los veinte y los treinta kilos. Algunos "pasos" como el de "La Santa Cena" pesan más de dos mil kilos, lo que no hace posible que se pueda cargar con él. Tal impedimento se resolvió dotándolo de ruedas, y siendo empujado por un grupo de once hombres.
Aunque se encuentren muy mentalizados y hayan tenido una preparación previa, no son pocas las veces que sufren lesiones, de manera especial las que afectan a las lumbares, a las cervicales y a las rodillas, por mucho que se hayan protegido con fajas y vendas. Pero todos esos inconvenientes los llevan con ganas e ilusión, ya que el motivo que los induce a cargar se encuentra ligado a un sentimiento, a una hermandad, a mantener una tradición que se rubrica con una cena de fraternidad, al menos una vez al año.
El chavalín, aunque no pudo hacerse una idea exacta de todo aquello que le habían contado, pensó para sus adentros que quizás él cuando fuera mayor llegaría a formar parte activa en aquella aventura.
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