Opinión
Mecanastate
"Una máquina que analizaba restos y recreaba con imágenes de qué se trataba, de qué formaba parte y cuál era o había sido su uso"

Reproducción a escala de Redención. / Jose Luis Fernández
Año 2199.
J. dormía plácidamente. La noche anterior había trabajado hasta muy tarde. Los últimos hallazgos habían resultado ciertamente insólitos. Una voz enlatada lo despertó: "Buenos días, J. Son las nueve de la mañana. Tu café expreso con una pizca de edulcorante está listo. El baño está preparado. A las diez y media tienes una reunión". J. se removió entre las sábanas y miró a través de la ventana. Vivía en el septuagésimo séptimo piso de un rascacielos. El cielo estaba plomizo, a lo lejos un taxi circulaba entre las nubes y sonrió. "El futuro ya está aquí", pensó.
Cuando llegó al laboratorio, sus colegas le esperaban con una bolsa en la que se encontraban esos extraños objetos hallados la víspera bajo los restos de la iglesia abandonada de Elaia. En el centro de la sala había una mesa y sobre ella Mecanastate, una máquina que analizaba restos y recreaba con imágenes de qué se trataba, de qué formaba parte y cuál era o había sido su uso. J. se dirigió hacia ella. Tomó la primera de las piezas y la introdujo en su interior, era una especie de boquilla de metal. Tras unos segundos, en la pantalla apareció una imagen de un instrumento musical, una corneta, y posteriormente datos relacionados con ella: la boquilla era de bronce, medía unos ocho centímetros y formaba parte de citado instrumento. La siguiente imagen era la de un hombre vestido con una túnica negra, llevaba el rostro cubierto y sólo se le veían los ojos. En un video posterior visionó también a otro individuo que acompañaba al de la corneta, aquel tocaba un tambor. Los sonidos eran rasgados, rotos, parecían anunciar una tragedia. Según las referencias pertenecían a una cofradía que había sido fundada en 1651 por un grupo de zamoranos. J. se quedó pensando en ello, en qué tipo de relación les habría unido para haber constituido esa fraternidad y qué harían estos dos tipos con la corneta y el tambor. Tal vez eran amigos, o familia, quizás sentían algo muy fuerte por un ídolo, recordó que en el pasado la gente se reunía alrededor de imágenes religiosas para rezarlas y acompañarlas.
Había percibido a través de los sentimientos la magia de una ciudad, de una tradición ya perdida en el tiempo. Se lamentó por ello y se preguntó a dónde había ido a parar toda esa pasión
La segunda de las piezas era un trozo de tela de color blanco. Conforme a los datos extraídos por Mecanastate, era estameña, un tejido de lana de aspecto rústico. En la pantalla podía verse a un hombre de sonrisa limpia, bajo su brazo llevaba un caperuz de terciopelo negro, y vestía túnica del mismo tejido. Detrás de él había una mesa con una virgen en cuyo regazo yacía un cristo. Parece ser que ese tejido había sido muy usado en las túnicas de varias cofradías de la Semana Santa de Zamora. J. inspiró profundamente e introdujo unas coordenadas: "Zamora es un municipio y ciudad española ubicada en el centro y el noroeste de la península ibérica, capital de la provincia homónima, en la comunidad autónoma de Castilla y León (…) El casco antiguo de la ciudad tiene la calificación de conjunto histórico artístico desde 1973 (…) Destaca su conjunto de edificios románicos, formado por…". J. dejó de leer y conectó el visor del aparato. En la pantalla se fueron sucediendo fotografías vinculadas a la ciudad: una bandera compuesta por ocho tiras rojas y una banda verde esmeralda, una estatua de un hombre semidesnudo empuñando una espada, Viriato rezaba la imagen, un castillo, un parque, las murallas, una banda de música tras una virgen en procesión, familias junto a una mesa llena de viandas junto a la catedral, cofrades abrazándose, niños sentados en las aceras con los ojos emocionados, mujeres llorosas con las manos alrededor de una vela. J. sintió que algo se le removía por dentro, esa ciudad había tenido que guardar un gran tesoro, un fuerte sentimiento, un arraigo difícil de explicar.
Un colega le sacó de sus pensamientos y le entregó un tercer objeto, esta vez era una pequeña pieza de madera, parecía parte de un torso, J. lo puso en Mecanastate. Segundos después la máquina desveló de qué se trataba, pertenecía a una de las obras de Misericordia talladas por Juan García Talens de la mesa del paso Redención, nuevamente protagonista de la Semana Santa zamorana. La madera era de caoba de Cuba, y el joven artista había sido discípulo del imaginero Mariano Benlliure, autor de varias obras de la citada festividad. Según Mecanastate, el paso pertenecía a la cofradía de Jesús Nazareno, igual que la corneta. De fondo sonaba una melodía, la Marcha Fúnebre de Talberg, informaba la máquina. Esta composición sonaba por primera vez a las cinco de la madrugada del Viernes Santo en el interior de la iglesia de San Juan, de la citada ciudad, y durante la celebración mencionada.
J. regresó a casa, al entrar se encendieron las luces automáticamente. Se tumbó en la cama. El día había sido intenso, lleno de emociones, de sensaciones nuevas para él. Había percibido a través de los sentimientos la magia de una ciudad, de una tradición ya perdida en el tiempo. Se lamentó por ello y se preguntó a dónde había ido a parar toda esa pasión.
Año 2025.
Cuando despertó, la Semana Santa todavía estaba allí.
J. había tenido un sueño extraño. En su regazo había un libro de microcuentos, El dinosaurio, y colgando de una percha en la puerta del cuarto, la túnica de estameña blanca que llevaría esa noche, en procesión y sonrió. "La Semana Santa ya está aquí", pensó.
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