Opinión

Caballos de Troya

OPINIÓN | Las cosas han de llamarse por su nombre, aunque no coincida con lo políticamente correcto

Diccionarios.

Diccionarios. / ARCHIVO

A nadie nos incomoda esa lluvia fina para la que ni hace falta protegerse con un paraguas. Pero si pasa mucho tiempo en esta situación se llega a empapar todo sin que casi nadie nos demos cuenta. Eso es lo que está ocurriendo últimamente con los nuevos eufemismos del lenguaje. Poco a poco se nos van metiendo por vía intravenosa como si la cosa no tuviera más importancia. Son lobos con piel de cordero que campan a sus anchas. La estrategia consiste en no desenmascararlos para no alborotar el gallinero.

Elles, nosotres, vosotres, todes o niñes son los últimos que hasta pueden arrancar nuestra sonrisa como si solo se tratara de pueriles juegos lingüísticos. Ya no resulta tan gracioso llamar "muerte digna" o "interrupción voluntaria de la vida" a lo que es eutanasia. Detrás de este tipo de denominaciones se nos oculta el empeño por normalizar algo que es objetivamente malo. Incluso se nos quiere hacer creer que es algo bueno. Se trata de dulcificar el veneno con este nuevo lenguaje para que sea ingerido sin rechistar.

Ese es solo uno de los cientos de ejemplos en circulación para que caigamos en la cuenta de que toda esa intencionada manipulación del lenguaje está resultando ser un arma muy poderosa. Lo está siendo en el adoctrinamiento no solo de los más pequeños sino también de los adultos. Dentro del grupo de los mayores son muchos los que no tienen ningún empacho en seguir comulgando con tales caballos de Troya.

Otro caso frecuente es el de palabras como "matrimonio" y "familia". Durante miles de años han tenido un claro y sólido significado para toda la humanidad. Ahora algunos, invocando la "evolución" del lenguaje (es decir, aplicando manipulación ideológica) van haciendo que signifiquen lo que a ellos les interesa en este momento.

En cierta ocasión, para convencerme de que no existe ese trasfondo de gravedad, alguien me puso el ejemplo de la palabra "correo": ya casi nadie piensa en una carta postal sino en un correo electrónico. Pues bien, trasladé ese ejemplo a una señora de mis pueblos —con mucho sentido común— para pedirle su opinión. Perdone el lector por la forma en que me respondió con la consabida frase hecha: "¿Qué tienen que ver los c... con comer trigo?"; ¿cómo poner al mismo nivel "correo", "matrimonio" y "familia"?

En las últimas semanas se nos habla de "invertir en seguridad" cuando sabemos que se trata más bien de "rearmarse hasta los dientes". Las cosas han de llamarse por su nombre, aunque no coincida con lo políticamente correcto. No podemos mirar para otro lado cuando "la perversión del lenguaje y el totalitarismo están completamente relacionados" (George Orwell).

Atención a la sabiduría popular del refranero: "Del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libraré yo". ¡Ojo a los caballos de Troya!

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