Opinión
Las tecnologías en educación, a debate
OPINIÓN | No faltan quienes insisten en que nos fijemos en el modelo de Finlandia, como si un modelo educativo estuviese desgajado de su sociedad. Bien estaría que mirásemos el desempeño educativo en Castilla y León, que nos pilla más cerca

Las tecnologías en educación, a debate
Cuando hace casi dos décadas las entonces nuevas tecnologías desembarcaron en la educación, se inició, al menos en España, una carrera frenética por ver qué colegio tenía más y mejores equipos informáticos. Las aulas se llenaron de pantallas digitales, incluso en muchos centros se suprimieron las clásicas pizarras, alumnos y profesores incorporaron iPad o similares, los contenidos y ejercicios se colgaron en la red y hasta desaparecieron los libros en papel. La modernidad había llegado a las aulas para solucionar todos los problemas, mejorar la formación y educación de los alumnos y todo ello con un frenesí tan disparatado como pensar que la educación y formación de los alumnos residía en una tiza rasgando un encerado.
Algunos de los que vivimos en el aula aquella invasión apuntamos y hasta escribimos, como es mi caso, que había que ir con más calma para poder analizar cómo incorporar esta herramienta como lo que era, un instrumento más para la educación, pero no un sustitutivo. Entonces fuimos tachados de la mayor gilipollez de la que se puede acusar al profesorado en España: estar instalados en la rutina y en la resistencia al cambio. ¿En serio? Si descontamos la abogacía, ¿qué profesión ha soportado en los años de democracia ocho leyes educativas gubernamentales con sus correspondientes variantes comunitarias? Resistencia al cambio nos decían. ¡Pero si en educación vivimos en una noria de cambios!
Ahora resulta que no todo era tan bonito. Tenemos graves problemas en comprensión lectora, caligrafía, ortografía, atención, concentración, espíritu crítico y, para remate, el bullying ha pasado a ciberbullying incluso en el aula y con profesores dentro, porque es inviable, no nos engañemos, controlar los veinte o treinta ordenadores de los alumnos. Y todo esto sin entrar en lo que suponen para alumnos con TDA, o TDAH, o lo que se incrementa la brecha educativa entre colegios y familias con más posibilidades económicas y no digamos la dificultad añadida para las familias en el control del uso que sus hijos hacen de las tecnologías y sus peligros, como hace unos días escribía mi querido amigo y asiduo de estas páginas, Manuel Mostaza, cuando desde los colegios se obliga a su utilización casi constante también en casa.
La educación y formación integral, sobre todo en los niveles obligatorios, precisa de calma, templanza y reflexión para ir generando un poso cultural, de conocimiento y análisis en unos cerebros en desarrollo que hay que amueblar bien, porque de ellos dependerá su vida y la de la sociedad futura. Y justamente de eso adolecen las tecnologías. No se trata, desde luego, de suprimirlas del proceso educativo o limitar su uso a unas horas determinadas, tan absurdo como si se dijera que solo se puede utilizar la tiza de diez a doce de la mañana. Se trata de colocar las tecnologías en la educación como un complemento más en dicho proceso educativo, prestando atención tanto a las necesidades de los alumnos como a las de cada materia y, por supuesto, evaluando con rigor en qué medida contribuyen a mejorar dicho proceso.
Sobran en educación gurúes y legisladores que poco saben de la vida cotidiana en un aula y sobran también frivolidades, porque, en lo concerniente a la educación, los experimentos abrazados con la embriaguez por lo nuevo conducen a la formación deficiente de generaciones enteras. Y, como siempre que se habla de educación en España, no faltan quienes insisten en que nos fijemos en el modelo de Finlandia, como si un modelo educativo estuviese desgajado de su sociedad. Puestos a tomar modelos, bien estaría que mirásemos el desempeño educativo en Castilla y León, que nos pilla más cerca, y que, como escribí en estas mismas páginas en 2015, sigue siendo un referente educativo dentro y fuera de España, como destacan sistemáticamente los informes PISA. n
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