Opinión
Relato de una historia real
"Ella, cuando acabó la carrera, un par de años después, sin pensárselo dos veces, y porque así se lo pidió, se fue a vivir con él"

Manos entrelazadas
Se conocieron en la facultad de medicina de la UCM cuando ambos estudiaban la carrera a la que desde pequeños, según me contaron, se querían dedicar. Quien me habló de ellos, un buen amigo de su facultad, me dijo que en aquellos tiempos formaban una pareja excepcional, de esas que generan envidia sana cuando las ves, porque siempre van con la sonrisa en la boca transmitiendo felicidad.
Él, tras alcanzar la licenciatura y superar el examen MIR con una nota sobresaliente, eligió un famoso hospital de una de las más bellas ciudades costeras del Norte de España (desde el que se podía ver el mar), para especializarse en la rama de la medicina que siempre le cautivó, la cirugía plástica y reparadora. Aunque era de Madrid eligió irse a vivir a una ciudad con mar porque, casi tanto como la cirugía, siempre le apasionó navegar.
Ella, cuando acabó la carrera, un par de años después, sin pensárselo dos veces, y porque así se lo pidió, se fue a vivir con él para, juntos, poder empezar a luchar por los objetivos con los que siempre soñaron: montar una clínica en la que ambos pudieran dedicarse a su vocación.
Se casaron muy pronto, y los hijos, dos, que no tardaron en llegar, como no podría haber sido de otra manera estudiaron medicina, si bien, por diversas circunstancias, no tuvieron la suerte de sus progenitores y ambos acabaron desarrollando sus profesiones allende nuestras fronteras.
Mientras él pasó los primeros años de su carrera ejerciendo de cirujano en la sanidad pública, al tiempo que acudía a cuantos cursos y congresos de cirugía plástica y reparadora se pudo inscribir, ella se ocupó de su casa, sin descuidar la medicina, que ejercía como médico de familia, solo por las tardes, en un modesto centro de consultas médicas que estaba muy cerca de su domicilio.
Así, viendo crecer a sus hijos y alternando la actividad profesional con las obligaciones que conllevaba la paternidad, los protagonistas de esta historia pasaron sus primeros años de convivencia hasta que llegó el momento en que pudieron plantearse llevar a cabo la ilusión de sus vidas, cual era, montar su propia clínica, eso sí, endeudándose hasta las cejas, porque el proyecto en el que se empeñaron exigía una gran inversión.
Al poco de abrir las puertas del flamante centro de cirugía que pusieron en marcha (en el que al principio solo trabajaban en horario de tarde… y noche), dado el prestigio con el que él ya contaba, pronto la cartera de clientes y pacientes, que no dejaba de aumentar, les obligó a replantearse la situación y, después de hacer muchos números, de común acuerdo decidieron que era el momento de que él pidiera una excedencia y se dedicara con exclusividad a la actividad privada, cosa que hizo sin dudar porque era consciente de que el "gancho" que tenía le haría triunfar, como así fue.
La joven marinera por la que «enloqueció», después de haberle sacado cuanto pudo, lo abandonó, llevándose con ella al hijo de ambos, sin que nada ni nadie lo pudiera evitar pues estando como estaba él, ni a su custodia podía aspirar
Con la ayuda de su mujer, que era la que se ocupaba de la gestión, y de algunos compañeros y compañeras del hospital que él mismo seleccionó, la clínica fue creciendo hasta convertirse en un centro de referencia, a nivel nacional, en el campo de la cirugía plástica y reparadora.
En el aspecto profesional, las cosas no les pudieron ir mejor; lo que no sucedió en otros aspectos porque él, cuando se vio en la cumbre de su profesión, sin saber exactamente cómo ni por qué, perdió el norte, y cuando se quiso dar cuenta estaba dedicando la mayor parte de su tiempo a navegar en su magnífico yate, eso sí, siempre acompañado de jóvenes tripulantes de toda clase y condición. Con lo que le había costado llegar a dónde llegó, nadie de sus entornos más cercanos podía dar crédito al personaje engreído y un tanto altivo en que de la noche a la mañana se había convertido el eminente cirujano plástico. Su mujer, viendo la deriva que había tomado, no quiso dejar el timón de la clínica en manos de nadie y siguió al frente de la misma, ayudada por sus compañeros, hasta que sucedió lo que tenía que suceder.
El hecho fue que, teniendo su vida y la de su mujer más que resueltas, y con los hijos ya muy lejos, sin poderlo evitar, "perdió la cabeza" y se enamoró de una de las jovencitas con las que solía salir a navegar; una mujer a la que sacaba casi cuarenta años, que no titubeaba a la hora de hacer valer su atractivo. Cautivado por los encantos de su joven tripulante, naufragó…, y lo que vino después fue lamentable.
Lo que vino después fue que su mujer, harta de aguantar su actitud, cuando supo que la joven con la que salía a la mar esperaba un hijo suyo, habló con él, le pidió el divorcio y, resignada, dejó la clínica y se fue a vivir con sus perros a un pequeño pueblo, también costero, lo suficientemente alejado de la bella ciudad a la que tiempo atrás había llegado para estar junto a su amado compañero de universidad.
Apenas habían pasado tres años desde su divorcio, el protagonista de esta historia sufrió un ictus que lo dejó bastante mal y, poco tiempo después, incapacitado para seguir ejerciendo la profesión que le dio fama y dinero, sin posibilidades de recuperación tuvo que traspasar la clínica, lo que le hizo caer en una desidia muy difícil de superar.
La joven marinera por la que "enloqueció", después de haberle sacado cuanto pudo, lo abandonó, llevándose con ella al hijo de ambos, sin que nada ni nadie lo pudiera evitar pues estando como estaba él, ni a su custodia podía aspirar.
Quien me contó lo que acabo de relatar me dijo que su amigo, el cirujano, acabó yéndose a vivir a una súper residencia en la que estaba muy bien atendido, pero en la más absoluta soledad. Y como la soledad mata, cuando su ex mujer supo de él no dudo en ir a hacerle compañía cada tarde, porque a pesar de todo, por cuanto lo quiso, no podía soportar el dolor que le producía ver a quien había sido todo para ella abandonado a su suerte.
La última tarde que lo fue a visitar estaba ya muy mal, y cuando, con un hasta mañana se iba a despedir, él la agarró de la mano y tras pedirle perdón, susurrándole al oído le dijo: "Nunca dejes de querer a quien bien te haya querido y, sobre todo, a quien mejor haya sabido respetar y compartir contigo el compromiso y el placer, porque lo segundo sin lo primero ni es amor ni es querer".
¡Cómo es la vida..!
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