Opinión

Antonio López Alonso

La niña deshabitada

En la noche todo cambia, todo parece más distinto, más deteriorado, pletórico de una viscosidad insoportable

La Luna.

La Luna. / Crédito: Kanenori en Pixabay.

Te espero. Desde la cristalina oscuridad callada, toda la noche es para mí, una voracidad de espera. Todo yo, hecho de insomnio intemporal, curtido en los sin sueño estoy en el tiempo de otros esperándote, hija mía, como si a una masa colectiva humana les hubiera sustraído el don del dormitar. Y qué sensación de sombras desfilando en la opaca vacuidad de tu ausente presencia. Porque en la noche todo cambia, todo parece más distinto, más deteriorado, pletórico de una viscosidad insoportable, exento de cualquier vestigio de suavidad y acercamiento: desesperado en mí estoy desde que la enfermedad se ha hecho en ti.

Sí; hija mía, desde que los hombres de batas blancas empezaron a maltratarte con pronósticos de palabras negras, me paso la vida esperando en el tiempo que ha dejado de ser mío, en el espacio habitado por los demás.

Desespaciado y destemporalizado estoy.

Pasan los tiempos llenos de destinos y yo no cejo en el empeño de cruzar el umbral de la puerta de tu habitación y de posar mi mirada sobre el vacio de tu cama en la que estas desasistida.

Sí; penetro, dejo atrás la puerta que separa tu enjuto mundo acuciado de resonancias metálicas, del mío taladrado en la indigencia insoportable del dolor.

Y no alcanzo a contemplar otra cosa que no sea tus sabanas alba amordazando desde la nausea tu macilento cuerpo.

Clamor de padre, grito del alma, –de tu alma entumecida desde la medicación–, no puedo más.

¡Como me siento en ti! ¡Como me sostengo en el reflejo desdoblado que eres tú! ¡Déjame que te cante una nana para reconocerte en mi sangre que es la tuya!

Vivo sin ser lo que soy ni lo que he sido, porque no te distingo: me he quedado ciego.

Estarás en el otro lado de la noche cumpliendo una promesa. Así te imagino; así deseo verte; así quisiera para ser más exactos.

Y ya te abandono y me retiro a mi habitación. Y mi necesidad de ti alcanza tal estruendo, tal vocerío, que arrebatado, fuera de mí, lloro en la almohada que soporta mi cabeza.

Pero lloro hacia adentro, –que es la peor forma de llorara– , con la esperanza de que tu madre no me perciba, ajena ella a la hondura de este mal que te tiene en un estado de semiinconsciencia, casi mejor así. Calentura, espasmo masivo todavía no filiado: que desazón.

Por eso yo callo; callo y espero. En realidad me espero y me silencio desde que nací.

Y rezo: pedir es algo que apenas si se hace. Hay que pedir sin cansancio. Nada cuesta pedir constantemente.

Por eso pido; porque rezar es palabra bien templada; coherentemente bien centrada.

Y pido con la mirada hacia lo alto aunque me encuentre arrodillado con los huesos clavándose en el suelo.

Por eso pido. No me canso de pedir por ti.

Y el tiempo va adquiriendo, –a estas alturas– ya, la simiente, el concepto de la perpetuidad, de lo crónicamente establecido para siempre, irreversiblemente.

"La enfermedad se ha entorpecido; superada la fase aguda se han cumplido todos los pronósticos del impedimento, de la invalidez"; contesto; contesto cuando me preguntan.

Soledad de siempre, canto apagado. Amor de intensidad extrema: ¡dónde estás tiempo!

Amor de padre y madre.

Célula madre embrionaria emboscada en útero inservible.

Lentitud innoble. Todo se alarga en la decrepitud.

Las sabanas blancas apenas asumen el vacio de tu ausencia.

¿Quién me soporta, me sostiene a mí para que no caiga de bruces en la tierra que ha de cubrirme como un sudario negro?

P.D. Este articulo se lo dedico con toda mi alma a Manuel Ángel, que se nos acaba de ir con 63 años.n

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS

Tracking Pixel Contents