Opinión | Siete días y un deseo

Le propongo un juego

Ilustración

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Presento un pequeño juego para arrancar el mes de febrero. Si le apetece seguirme, le sugiero que piense en algún recuerdo muy especial de su infancia o adolescencia. No traspase esas fronteras del tiempo y resuelva lo sugerido con calma, que hoy es domingo y no es preciso correr. Cuando lo tenga, anote en un papel o retenga en su memoria lo que haya seleccionado. Si han aparecido dos, tres, cuatro o más remembranzas, que sería lo más lógico, no se preocupe: seleccione la que más rabia le dé. ¿La tiene? Pues a partir de aquí lo ideal sería buscar un lugar para encontrarse usted solito con ese recuerdo, sin nadie a su alrededor que lo interrumpa. Puede salir de casa y dar un paseo con esa compañía tan especial. Mírela de frente, hable con ella y retenga las sensaciones que vayan apareciendo. Serán muchísimas. Ahora me interesa que valore si, con el paso del tiempo transcurrido desde las fechas que motivaron esas vivencias hasta la actualidad, percibe satisfacción, tristeza o cualquier otro sentimiento, sea bueno, regular o malo. Da igual lo que descubra. Anótelo y guárdelo, porque el recuerdo es suyo y solo suyo.

Sospecho que los recursos y las herramientas tecnológicas que tenemos a nuestra disposición están contribuyendo a crear nuevos escenarios y nuevas representaciones que tenemos que saber descifrar

Así emprendí esta semana un nuevo taller con un grupo de amiguetes que, por fin, hemos decidido cuidarnos un poquito más para seguir adelante. Y lo hemos hecho del mismo modo que acaban de leer más arriba, rescatando del baúl de los recuerdos alguno muy concreto con el que podamos mejorar nuestras competencias, habilidades y destrezas emocionales. Y qué quieren que les diga: me ha encantado arrancar con esta actividad. El monitor nos ha dado siete días para reflexionar. Y también me encanta. Posteriormente, volveremos a vernos para comunicar lo solicitado. Bueno, el caso es que este escribiente ya ha resuelto la encomienda y el resultado no me importa reflejarlo aquí: he regresado al escenario del Teatro Principal de Pontevedra. Con apenas 13 añitos, me encuentro allí, esperando a que el telón se abra para representar "El cartero del rey", de Rabindranath Tagore. Y, más concretamente, para interpretar el papel de Amal, el protagonista de la obra de Tagore. Si no la conocen, se la recomiendo. Es muy cortita y, cuando finalicen su lectura, estoy convencido de que en su interior se habrán removido muchísimas cosas.

¿Y todo esto por qué y para qué? Aunque en las próximas semanas o meses compartiré algunas de las lecciones que vayan surgiendo, si han llegado hasta aquí sería muy fácil responder: porque necesitamos parar en mitad del camino y reflexionar no solo sobre lo que hacemos habitualmente sino sobre lo que hemos realizado en ese pasado que sigue con nosotros. En estos tiempos tan turbulentos, es imprescindible pensar si lo que vemos o hacemos tiene algún sentido. Y echar la vista atrás nos ayudará en esa tarea. Por cierto, ahora me dirá un amiguete que todos los tiempos han sido turbulentos en la historia de la humanidad. Y no le falta razón, aunque sospecho que los recursos y las herramientas tecnológicas que tenemos a nuestra disposición están contribuyendo a crear nuevos escenarios y nuevas representaciones que tenemos que saber descifrar. Y para eso no es suficiente con seguir al predicador de turno y decir sí o darle, sin ton ni son, al "me gusta" de la red social que utilizamos habitualmente. Es imprescindible parar, reflexionar y coger nuevas fuerzas. Solo así podremos rescatar lo que merecemos. Que no es poco.

Sociólogo

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