Opinión

La guerra del agua en Zamora

La otra guerra que subyace en las guerras del agua como líquido elemento de la naturaleza, es la guerra política entre instituciones de distinto signo

LAGUNAS DE VILLAFÁFILA

LAGUNAS DE VILLAFÁFILA / E. F. (Archivo)

Todos los meses en la Diputación dan cuenta de los pueblos con problemas de agua potable, que tienen que ser abastecidos con camiones cisterna o con agua embotellada debido en verano a la sequía, a inundaciones cuando llueve en invierno, y en todo tiempo y lugar a averías más o menos grandes y a la contaminación, en cuyo caso reciben el auxilio de plantas potabilizadoras portátiles. .

Teniendo en cuenta que Zamora tiene gran parte de su territorio inundado por el agua de los embalses, está surcado por decenas de ríos creciditos del padre Duero o del Sil en el norte, y por centenares de riveras y arroyos más pequeños que llegan a todos los pueblos desbordándose de vez en cuando como sucede en estos días, y secándose la mayoría en el verano. Y teniendo en cuenta que perdemos población por emigración de los jóvenes, como las aguas de los ríos que desembocan para engrandecer otros más caudalosos, o por edad de los más viejos van a dar a la mar que es el morir, no se entiende que siga habiendo problemas de escasez de agua y de contaminación, como si la provincia fuera el desierto del Sahara, la megaciudad de Nueva York o la superpoblada nación India.

Pero lo cierto es que, aunque no hay escasez hay conflictos. Y es lo que sucede con el agua en esta provincia, escenario de película, como se ha vendido la comunidad en Fitur, pero en el caso de Zamora de películas bélicas: de guerras del agua.

La más actual de esas guerras soterradas que enfrentan a los grandes poderes, es la que se está librando con el agua de las Salinas de Villafáfila entre la Confederación Hidrográfica del Duero dependiente del gobierno estatal, y la Diputación Provincial y la Junta que, al estar gobernadas por la derecha del PP, se han hecho eco del sentido común de la población -coincidente por una vez con el de los ecologistas- que temen que conceder agua subterránea de la zona para fabricar hidrógeno verde en Granja de Moreruela puede acabar con la reserva natural de las Lagunas, que goza de protección medioambiental desde hace años y en torno a la que se han ido tomando iniciativas de desarrollo como el turismo.

El agua puede ser un arma de guerra abierta hasta entre naciones, como sucede con el genocidio de Israel contra Palestina, donde además de la ocupación de la tierra para acceder al agua del mar, desde sus inicios Israel ha "administrado" el suministro de agua potable a los palestinos para matarlos de sed

La Confederación Hidrográfica del Duero actúa al contrario de los bandoleros que robaban a los pobres para dárselo a los ricos, y lo que hace es ser fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Por eso ahora autoriza en uso del agua subterránea de las Lagunas de Villafáfila para una planta de hidrógeno verde de una empresa pionera del sector de la energía renovable -que son los mismos perros multinacionales con distintos collares de color verde- cuando hace unos meses multaba a cientos de agricultores porque extraían agua subterránea de pozos no autorizados en la zona sin especial protección medioambiental de los ríos Órbigo y Eria, para regar y poder comer de cultivar alimentos para dar de comer a la gente.

Ese organismo de control del agua que multa a los agricultores por regar y da las bendiciones a las grandes empresas eléctricas o sus filiales para producir energía, permanece neutral y en silencio cuando en el verano se vacían de agua los embalses para producir electricidad, y las buenas gentes del pueblo se quedan sin playa donde remojarse y sobre todo, sin agua para beber, en una guerra abierta entre los sedientos de agua y los sedientos de dinero de la tarifa de la luz. Porque cada vez son más los pueblos que han ido enganchando a los embalses su captación de agua potable, pese a que se hicieran en su día para producir electrones emigrantes a las industrias de los territorios desarrollados, dejando muertos de sed los pueblos anegados. Y en proceso de extinción.

Pero no sólo hay guerras del agua en las que el pez grande de las empresas multinacionales se come el pez chico y autóctono de los agricultores a título de extinción, sino que los peces chicos de cada pueblo acaban declarando las hostilidades a los "pezqueñines" de al lado por el agua. Como ha pasado no hace mucho entre los pueblos de Palacios del Pan y Andavías, enfrentados por la captación de agua desde el embalse y por la conducción de agua por las tuberías en una guerra de ordenanzas municipales, intereses y más o menos euros.

Mientras tanto, las multinacionales que explotan el embalse desde hace años se lavan las manos ante el vaciamiento de agua en verano, cuando los pueblos se llenan de visitantes, y las empresas se llenan las manos del dinero que produce la electricidad en los lugares de origen de los veraneantes que fueron obligados a emigrar, tal vez porque el agua embalsada no era para regar, ni para beber, ni para vivir aquí.

La del agua contaminada es la otra guerra que se libra en los pueblos de Zamora y al menos en tres frentes. El primero y el más justificable en su caso es el de los agricultores que, con riego o sin él porque no hay infraestructuras o los pozos son ilegales, utilizan a costa de su bolsillo ingentes cantidades de productos químicos como fertilizantes –para producir más y pagar las multas de la Confederación- que acaban contaminando sus propias tierras y su agua de riego y de beber. Otro ya clásico es el de las macrogranjas industriales de cerdos y otro ganado que, además de consumir mucha cantidad de agua, también contaminan las tierras con los residuos como los purines, y se filtran hasta las aguas de las que se bebe y vive. Y finalmente -de momento, porque el egoísmo multinacional es imparable- es el de las fábricas de biogás y biometano, que utilizan grandes cantidades de agua para producir energía, y que contaminan por tierra, agua y aire a los pueblos de alrededor... sin ser multados, sino bendecidos por la Confederación Hidrográfica, la Junta y la Diputación, todos en comandita.

Porque la otra guerra que subyace en las guerras del agua como líquido elemento de la naturaleza, es la guerra política entre instituciones de distinto signo. Esa que hace que ahora algunas instituciones como la diputación y la Junta salgan en tromba contra la Confederación del Duero, cuando este organismo lleva años haciendo lo mismo sin que nadie le levantara la voz cuando en el estado mandaban los de su partido: defender a los poderosos de las empresas multinacionales en lugar de a los habitantes, agricultores y pequeños ganaderos de los pueblos.

El caso es que en Zamora, si llueve como estos días, porque se revuelve y sale turbia; si no llueve como en el verano, porque escasea al secarse los pozos y vaciarnos los embalses; si regamos sacando del pozo que hicieron los abuelos, porque ahora te multan; si hay agua en el depósito, porque los análisis dan contaminación por nitratos, manganeso y demás...

Al final el agua de una tierra anegada de embalses y surcada de ríos y riveras no deja de ser un problema sin resolver que enfrenta a grandes, pequeños y medianos, pese a las costosas infraestructuras que de vez en cuando se acometen para acabar fracasando, como sucedió con el plan de abastecimiento de agua desde Agavanzal al que no se acogieron los pueblos a los que se destinaba porque el precio del agua era muy elevado. O como puede suceder con otros planes carísimos en Campos o en Sayago, cuyas instalaciones parecen demasiado grandes para atender a pueblos pequeños.

En medio de este caos, constituye una honrosa excepción el abastecimiento desde el depósito de la capital a los pueblos del entorno, realizado paso a paso pero con firmeza y solidaridad: el agua es de todos y hay que cooperar en lugar de enfrentarse en guerras de aguas soterradas o corrientes.

Porque el agua puede ser un arma de guerra abierta hasta entre naciones, como sucede con el genocidio de Israel contra Palestina, donde además de la ocupación de la tierra para acceder al agua del mar, desde sus inicios Israel ha "administrado" el suministro de agua potable a los palestinos para matarlos de sed.

O puede ser una guerra soterrada entre instituciones de distinto signo político, o una guerrilla de escaramuzas entre pueblos vecinos, como ha sucedido en Zamora.

Sin olvidar, volviendo al conflicto actual que se libra en las Lagunas de Villafáfila: que sigue sin haber agua potable para todos los escasos habitantes de la Zamora vaciada; que volverán a vaciarse los embalses en verano porque no se hicieron para que bebiésemos los zamoranos; que se seguirá multando a los agricultores por el riego; que se seguirán autorizando macrogranjas contaminantes e instalaciones de energía verde que también necesitan grandes cantidades de agua; y que los pueblos seguirán enfrentándose por un recurso que necesitan para vivir.

Porque en realidad lo que pasa es que el agua de Zamora –tal vez la tierra también- siempre ha estado al servicio de la producción de energía en lugar de la población y su forma de vida. Como sucedió con la construcción de los embalses, y como ahora va a suceder con el hidrógeno verde que, como sabemos, tiene como materia prima precisamente ¡el agua!

Por eso no es de extrañar que en Zamora seamos líderes en la producción de energía renovable, a la vez que lideramos las mayores cifras de la despoblación.

¡Más agua! que esto es la guerra. Como dirían los hermanos Marx.

Portavoz de IU en la Diputación

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