Opinión
Lilí Honrado
Rebeca Clark, historia de una niña que supo encontrarse a sí misma
Una estudiante brillante, una vez superó sus miedos se fue encontrando a sí misma

Artículo de opinión.
Rebeca Clark era una niña que, tras un episodio inquietante, supo descubrir su vocación cuando por diversas causas estaba entrando en un inquietante estado de ansiedad.
Cuenta la historia que, atemorizada por sus dudas, un día Rebeca Clark fue con su madre a visitar a un psicólogo…
A ver… tú debes ser Rebeca Clark, de once años, ¿me equivoco?
Sí, doctor. Quiero decir que sí está en lo cierto, que no se equivoca-aclaró la inquieta niña.
¿Y qué haces aquí Rebeca? -preguntó el psicólogo.
Pues la verdad, no lo sé muy bien… Mi madre dice que, como tengo problemas para hacer amigos y mi imaginación se está agrandando, estoy empezando a ver cosas raras, como si viviera en un mundo irreal, que hacen que unos deseos incontrolables de contarlas se apoderen de mi-añadió Rebeca.
¿Cosas raras? ¿Cómo cuáles? -se interesó el doctor.
Uf, de todo tipo. Si quiere le cuento una.
Adelante, dijo el doctor.
Hace unos días, estaba regando las plantas en el balcón de mi casa cuando, al mirar a lo lejos, vi a un niño de cristal sentado en el tejado de la casa de enfrente. Lo saludé tímidamente, y él, muy simpático, me preguntó si quería ser su amiga. Yo le dije que sí, y desde entonces quedamos cada tarde en el parque para charlar y jugar.
¿Un niño de cristal sentado en un tejado? -preguntó el doctor, ciertamente extrañado.
Sí. Se llama Pablo. No habla mucho pero es muy bueno, se lo aseguro, doctor. Nunca haría daño a nadie -añadió Rebeca.
En ese instante, la madre de Rebeca, que había acompañado a su hija a la consulta del psicólogo y hasta ese momento había permanecido callada, soltó una sonrisita falsa, je, je, je, y dijo: esta niña tiene mucha imaginación. Anda, vámonos Rebeca. Gracias por dedicarnos su tiempo, doctor, dijo la señora Clark, a la vez que susurraba: empiezo a pensar que aquí nadie tiene sentido común…
Rebeca, indignada por las palabras que profirió su madre, le contestó: todo lo que he dicho es verdad, mamá ¿Por qué nadie me cree?
Una vez en casa, la madre de Rebeca, con un gesto displicente dijo a su hija: me llevo a tu hermana a la fundación, ve haciendo los deberes y cuando termines puedes ponerte a leer. Rebeca tenía una hermana mayor, llamada Clara, que padecía una severa discapacidad, razón por la cual tenía la percepción de que su madre solo tenía ojos para ella.
La realidad fue que las sensaciones de abandono que decía sentir Rebeca, poco a poco la fueron sumiendo en un estado de ansiedad del que le costó salir.
¿Qué cómo salió?… Pues dejando a un lado los pensamientos negativos que la atormentaban y dedicándose a escribir. Cuando tenía un rato libre, se sentaba frente a su portátil y, haciendo valer su inagotable imaginación, escribía historias llenas de una fantasía y de un ingenio nada propios de su edad.
Siendo consciente de su realidad, pidió a sus padres que más allá de sus estudios no le exigieran rendir en otras actividades que no fueran las que ella eligiera. Así, de un día para otro, se vio liberada de las tareas que más la agobiaban, para dedicarse con pasión a las que la hacían feliz: leer y escribir.
Le encantaban la literatura, el medio natural y las lenguas (la suya materna, que era el castellano, y el inglés, porque desde la niñez tuvo la suerte de poder practicar con su padre, que lo hablaba a la perfección). Y porque estaba convencida de que si practicaba algún deporte vería más a su padre (al que apenas veía porque era un trabajador incansable que casi nunca tenía tiempo para estar con sus hijos), pidió a su madre que, como actividad extraescolar, la inscribiera en baloncesto, entre otras razones, porque sabía que así podría verlo más porque, como a otros padres, le gustaría acompañarla a los partidos.
Rebeca, que era una estudiante brillante, una vez superó sus miedos se fue encontrando a sí misma y, dejando atrás la ansiedad, cursó con notables resultados el bachiller y la carrera que eligió, medicina, en la que se doctoró en pediatría; especialidad a la que dedicó su vida, convencida de que ayudar a mejorar la salud de los niños era una actividad que la llenaba de satisfacción.
Sin dejar de cultivar su gran vocación, la escritura, escribió numerosos cuentos que empezó dedicando a sus abuelos, a sus padres y sobre todo a su hermana Clara, para terminar dedicándoselos a cuantos niños con problemas de discapacidad se fue encontrando a lo largo de su dilatada carrera profesional.
Hoy, en su pueblo natal, en el parque donde se veía con Pablo, el niño de cristal, hay una placa con una inscripción que dice: "A Rebeca Clark, una mujer fantástica que supo amar la vida y hacer sus sueños realidad".
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