Opinión

Luis Santamaría del Río

Esperanza, sin más

El papa Francisco, durante la ceremonia en la que ha anunciado el Jubileo 2025.

El papa Francisco, durante la ceremonia en la que ha anunciado el Jubileo 2025. / EFE

En 2025, Jubileo. Cada cuarto de siglo, por eso de las fechas redondas, "toca" celebrar el aniversario del nacimiento de Jesucristo. En medio de una indiferencia generalizada, algunos no católicos miran a la Iglesia pensando que es lo mismo de siempre: organizar eventos más o menos vistosos para recordar que languidece pero existe, dedicando tiempo y esfuerzo para prepararlos –programaciones y reuniones que no falten– y cosechando cifras de gente en movimiento –y euros de turismo– que no siempre se traducen en una proporcionalidad de beneficios espirituales, que son los realmente importantes. Bueno, y algunos católicos también lo piensan así, lo digan o no.

Y, sin embargo, un Jubileo como éste es más necesario que nunca. Francisco ha puesto en el centro la esperanza, que es –al decir de los que somos creyentes "vintage"– una de las tres virtudes teologales: las que tienen que ver con Dios. Nuestro mundo, en estado de emergencia y de agonía en tantas cosas, como nos recuerda cada día este mismo periódico, está necesitado de esperanza. Y la comunidad de los cristianos debe ser recordatorio perenne de esta virtud. Dice el saber popular que la esperanza es lo último que se pierde… pero la realidad es que hoy muchos –¡demasiados!– ya hace tiempo que la perdieron.

Para detenerse en lo que significa la esperanza puede ser muy provechoso leer la bula con la que el papa ha convocado este año jubilar: "Spes non confundit". O acudir a la gran encíclica "Spe Salvi" que escribió Benedicto XVI en 2007. Pero ahora quiero ir más atrás para detenerme en una obra del poeta francés Charles Péguy publicada en 1912: "El pórtico del misterio de la segunda virtud". En asuntos como este, sólo la poesía es capaz de expresar la verdad más profunda y responder con honestidad a las preguntas más acuciantes. En nuestro mundo desesperanzado y para las personas más desesperadas quizá la chispa de los versos de Péguy sea la vía más adecuada para encender el fuego de la esperanza.

El poeta pone en boca de Dios que no le impresionan la fe ni la caridad. "Pero la esperanza, dice Dios, sí que me sorprende. A mí mismo. Sí que es sorprendente". Y tras desgranar por qué despierta en él la admiración, afirma: "Esa pequeña esperanza que parece de nada. Esa niñita esperanza. Inmortal". Frente a la grandeza de la fe y de la caridad, "la esperanza es una niñita de nada. Que vino al mundo el día de Navidad del año pasado. Que juega todavía con el bueno de enero". ¿Sólo palabras para el consuelo? ¿Sólo expresiones bellas sin más recorrido? Nada de eso. Péguy escribe: "Pero esa niñita atravesará los mundos. Esa niñita de nada. Sola, llevando a las otras, atravesará los mundos concluidos". Y el francés sentencia: "Una llama traspasará las tinieblas eternas". Por eso vale la pena seguir viviendo. n

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