Opinión | Escalera hacia el cielo
Historias para no dormir
En las películas de terror la rubia es la primera en morir y en un mundo de colapsos la primera víctima será el pastor
Tras largas semanas sin ver el sol, con nieblas perpetuas o casi, había empezado a considerar seriamente que a Tierra de Campos había llegado el temible fimbulvetr. Ese Gran Invierno de los vikingos, que preludia al Ragnarök, donde el sol no acierta a proporcionar calor a la Tierra, soplan vientos gélidos y nieva por todas partes.
Huyendo de las tinieblas, me escapé a León. Quería asistir a la presentación del nuevo libro de Antonio Turiel y volver a ver el sol, pero llovía. Al menos, en la cuna del parlamentarismo y el Húmedo no había nieblas. Ni engelantes, ni sin engelar. Pero es que, para inviernos crudos, los de hace veintiséis años, los mismos que llevo asilada en la patria del Lechacito.
Recuerdo un helador mercado de corderos previo a la Nochebuena en Medina del Campo, en el que la humedad de la niebla se congelaba en el aire. Bajo la luz de la farola se podía ver como se formaban esos cristalitos de hielo. Para alguien que no pasaba del muy deficiente en sus exámenes de Física de segundo de BUP aquello era un espectáculo fascinante, precioso.
El termómetro marcaba menos ocho, y se mantenía así durante semanas.
En aquellos tiempos se morían las larvas de mosquitos Culicoides, que contagian de la enfermedad de la lengua azul a las ovejas, y de la EHE enfermedad hemorrágica epizoótica a las vacas. También las larvas de las avispas asiáticas. En aquellos tiempos no había moscas en enero.
Aunque hace bastante más de veintiséis años, los viejos ya hablaban de inviernos crueles. Y de pueblos llenos de guajes en los que nevaba a mansalva. En los que se congelaba el agua de las lagunas, para que la legión de niños salvajes infestados de sabañones y tiña pudiera patinar y jugar al futbol sobre el hielo.
Saruman creaba un ejército para Sauron. Y Yolanda Díaz está construyendo uno de haraganes con mucho tiempo libre, un ejército digno de otro señor oscuro: el Mercado.
Aviso a negacionistas y conspiranoicos: el cambio climático, como la ley de la gravedad o la teoría de cuerdas del televisivo doctor Seldom Cooper, es física pura y dura. No un invento, ni una religión climática. Ergo no admite peros ni peras, Turiel dixit.
Otro tema bien diferente y sujeto a debate sería si el de las políticas que están implementando nuestros padres de la democracia made in Régimen del 78 para combatirlo son las más adecuadas. Destripe: no lo son. Porque no van encaminadas a combatir el caos meteorológico con políticas de contención del consumo y decrecimiento, si no tan sólo a salvar el culo de la industria del automóvil y de las compañías energéticas.
Agradezco al eminente científico y prolífico divulgador que compartiera con la audiencia que abarrotaba el local sus estudios, datos y evidencias, pero mis botas sobre el terreno llevan ya tiempo adaptándose al futuro nada halagüeño que aguarda con el cambio de calendarios.
Un mundo sin pastores
Adaptándose a un futuro sin pastores. Y es que en un mundo de colapso energético, climático, económico y social, el pastor no puede acabar bien. De igual modo que en las películas de terror, la rubia despampanante es la primera en morir, la primera víctima de un mundo colapsado será el pastor.
Siempre lo ha sido, aquí no cambia nada. Cuando a una aldea, en cualquier parte del planeta, llegan los paramilitares, el pastor muere. Si los que vienen son los narcos, poco importa, el pastor muere. Si llega la guerrilla, el pastor muere. Si llega la corporación multinacional a robar los recursos, el pastor muere. Igual que si llega el Estado Islámico o los talibanes, el final de la historia siempre es el mismo: el pastor muere.
Por qué iba a ser distinto con la venida del colapso de nuestra civilización.
Al lado de la impresionante Pulchra Leonina, escucho a Turiel definirse como optimista frente a un futuro incierto. Qué fácil es ser optimista cuando no se es pastora de ovejas en un mundo con hambruna… Y cerca de casa, escucho a un pastor amigo hacer las cuentas de la lechera para pedir un préstamo estratosférico con el que realizar una mega inversión, ampliar el rebaño y construir nave nueva porque dispone de relevo generacional.
No soy Turiel, por lo que sigo inamovible en mi postura eco nihilista. Con el fin de los combustibles fósiles, el gas, el petróleo, el uranio, llegará el fin de la energía barata. El futuro pasa por un regreso a los rebaños pequeños y diversificados, pocas gallinas, pavos y gansos, unas cuantas cabras, ovejas, alpacas, algunos gochos y jatos.
Con inviernos como los de antes, con el fin de las estaciones, como ahora, o con el miedo a que colapse la AMOC, la corriente del Atlántico Norte, que significaría el fin de la agricultura en Europa, lo cierto es que el futuro pasa también por la transformación artesanal como modo de vida. Y no por el acaparamiento de tierras y cabezas de ganado. Por lo que bienaventurados aquellos que posean una gran familia, porque son necesarias muchas manos para trabajar la lana, la leche y la carne.
Y otro de mis terrores favoritos: nada aterra más a una estajanovista irredenta que un aburrido futuro a lo WALL-E, aquella película de dibujos animados en la que los humanos viven del cuento sin dar un palo al agua, dedicando sus vidas a la molicie y a generar montañas de basura gracias a una existencia ociosa y netamente consumista.
Se lo puede llamar reducción de la jornada laboral, vivir a lo sopa boba o un buen modo de comprar votos cautivos, pero no deja de ser una abominación. Y es que, igual que Saruman el blanco creaba un ejército bestial para Sauron, Yolanda Diaz se dedica a construir un ejército de haraganes con mucho tiempo libre para vivir de rentas en Airbnb o de inversiones en Degiros y criptomonedas. Un ejército digno de ese otro señor oscuro: el Mercado.
Labor omnia vincit, más Virgilio y menos "todos somos inversores, baby".
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