Opinión | Desde Los Tres Árboles
De los gafes, la partida y el "por si acaso"
Era media tarde y la pareja caminaba cogida de la mano y a buen ritmo por el paseo de la Aldehuela. Conversaban animadamente y al adelantarme, muy cerca del segundo de los merenderos que se levantan en la margen derecha del río, pude oír claramente cómo la mujer afirmaba con convicción: "…yo no soy supersticiosa porque eso trae mala suerte…". No parecía estar de broma. Lo dijo muy seria pero la ingenuidad de la frase me hizo sonreír.
Mientras los dos jóvenes se alejaban me dio en pensar qué pudo llevar a la chica a formular de forma rotunda tal afirmación. ¿El juego, el amor, los negocios? ¿Un viaje, tal vez? No sé. Cualquier asunto, por insólito que fuese, hubiera bastado para provocarla. En todo caso el asunto de la conversación es irrelevante. Lo que realmente importa es el contenido de aquella frase absurda.
Sabido es cómo algunos relacionan la buena o mala suerte con los objetos más insospechados. Un número, un día de la semana, una prenda o un color son suficientes para explicar aquel accidente de carretera que a punto estuvo de costar la vida al farmacéutico del barrio o el premio con el que fue agraciado el número de lotería del frutero de los soportales.
Son, quienes así piensan, gentes absolutamente normales en el sentido clínico de la palabra. No sufren patología alguna, sin embargo, en determinadas ocasiones renuncian al pensamiento racional y se dejan llevar por impulsos fetichistas. Forman parte de ese grupo que conocemos con el nombre de supersticiosos y son legión.
Tuve hace tiempo un vecino que nunca salía de casa sin tocar el perchero de la entrada porque de esta forma evitaba que le robaran en su ausencia y conocí a una mujer que carraspeaba ligeramente antes de pulsar un timbre. ¡Siempre! ¡Cualquier timbre! Daba buena suerte, decía... Pero no sólo los objetos, también las personas.
Para los supersticiosos existen individuos con capacidad de atraer desgracias de forma involuntaria y es suficiente que ocurran varias en su presencia para que se les tilde de gafes. Obviamente se trata de coincidencias. No hay ninguna base científica que relacione al sujeto con el infortunio, pero en ocasiones estas coincidencias son tan perversas que acabará siendo culpabilizado y a partir de ese momento dirán de ellos que son gente de mala sombra.
Entre mis compañeros de partida hay algunos que tienen el don de hacer cambiar la suerte de las cartas con su presencia. Bueno, eso dicen. Yo no creo en gafes pero cuando veo que se acercan despreocupados y sonrientes cruzo los dedos "por si acaso"… Siempre debajo de la mesa, eso sí. Disimuladamente y a hurtadillas, no sea que el personal se entere.
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